Ha ido por los pelos. La ultraderecha no se ha alzado con la presidencia austriaca. Lo ha hecho el candidato de Los Verdes, Alexander Van der Bellen, por el reducido margen de 31.026 votos. Las atribuciones del Jefe del Estado en Austria son pocas aunque puede disolver el Parlamento, convocar elecciones y es el jefe de las fuerzas armadas, pero la derrota de los xenófobos y euroescépticos es una muy buena noticia que refleja la voluntad de la mayoría de la población de aquel país a favor de una Austria abierta y europea, todo lo contrario a lo que propone el Partido de la Libertad (FPÖ). Sin embargo, la victoria de Van der Bellen no debe llamar a engaño. El partido xenófobo ha sido derrotado, pero no ha sido hundido. Lograr el 49,7% de los votos es una hazaña que refleja cómo ha calado el mensaje de esta formación. Con la fuerza que da este elevadísimo e inédito porcentaje electoral, el FPÖ puede considerar que ha sufrido una dulce derrota y convertirla en acicate para seguir creciendo electoralmente. El desgaste de los partidos tradicionales en Austria --desaparecidos en esta segunda vuelta electoral-- crea una situación favorable a este crecimiento ultra.

Por ello, los demócratas europeos no pueden bajar la guardia ante este acecho que se expande por Europa como una mancha de aceite, porque Austria no es el único país donde partidos xenófobos y antieuropeos están creciendo y, en algunos casos, acercándose electoralmente al poder. Ahí están Francia, Suecia, Dinamarca, Holanda, Alemania, Polonia o Hungría. Austria es el claro ejemplo de este cambio en la actitud europea ante este avance. Solo basta recordar el clamor y las sanciones con las que Bruselas castigó a Viena cuando el FPÖ formó coalición con los democristianos en el 2000 y la ausencia de reacción ahora que aquel partido xenófobo podía haber llegado a la presidencia.

El origen familiar del nuevo presidente puede verse como algo parecido a una declaración de principios sobre los refugiados. Su familia, de origen holandés establecida en Rusia, buscó refugio en Estonia huyendo de la revolución bolchevique hasta que la invasión soviética de aquella república la empujó a encontrar nuevo asilo. En Alemania acabó en un campo de refugiados y de allí a Austria donde nació el nuevo presidente. Con razón Van de Bellen se ha definido como un hijo de refugiados.