En la presentación de un reciente informe sobre la calidad de vida en nuestra región, aparecía Aragón en un nivel bastante elevado en comparación con el resto de comunidades. Un periodista se asombraba de ese nivel y señalaba la escasa conciencia que se tenía por parte de los ciudadanos aragoneses de que nuestra calidad de vida era relativamente elevada. La calidad de vida suele tener una estrecha relación con el desarrollo económico, social e institucional de esa comunidad. Esta modesta percepción de nuestro bienestar en Aragón tiene algo que ver con la autoestima que tenemos como sociedad. Por el contrario, hay sociedades, CCAA, que poseen un elevado nivel de autoestima, que les lleva a creerse que son los mejores, o casi, que poseen una economía, una cultura, unas instituciones o una lengua, en fin, que les hace ser superiores al resto de las otras comunidades. El establecimiento de una línea de separación para que no se “contaminen” de esas sociedades menos desarrolladas, parece una demanda razonable. Ya saben de lo que hablo. ¿De dónde vienen esas sobreestimas y esas subestimas? Seguramente la psicología social nos daría respuestas más precisas pero creo que podemos encontrar algunas desde la economía y la historia.

Aragón fue tierra de emigración desde los años 50 por lo menos. De emigración a otras comunidades y de emigración desde el mundo rural al urbano. El emigrante que llega a otra comunidad y empieza a desarrollar un proyecto de vida, que en sus lugares de origen no podían, empieza a reconocer el valor de lo que recibe. A su vez, los territorios que lo proporcionan, sus habitantes, sienten una cierta superioridad. Se saben de una comunidad que reparte oportunidades a gente que viene de vete a saber que lugares, lo que tendrían por ahí. Llegan con poca cultura y pocos recursos.

La Barcelona y su entorno industrial de aquellos años (observen que hablo de Barcelona, no de Cataluña) protagonizaba lo que algunos han llamado la Revolución industrial que no se hizo un siglo antes en España. Barcelona era la avanzada de la modernidad. El crecimiento económico de entonces, como ocurrió en la revolución industrial, suponía cambios sociales, modernización de las costumbres y de los hábitos políticos y culturales y movilidad social. ¿Fue sólo mérito de los barceloneses? Si repasamos la historia económica debemos recordar que en ese periodo en España predominaba la autarquía y la cerrada economía franquista. Esta por escribir, que yo sepa, cómo afectó la autarquía a las diversas comunidades autónomas y ciudades pero si algo ha caracterizado ese modelo económico es que era proteccionista de la industria nacional. O sea, que la industria de esa comunidad, no sólo se benefició de los aranceles del siglo XIX sino también de la cerrada economía franquista. Sin duda eso supuso un adelanto en la modernización económica y social respecto a otras comunidades.

Paso con la economía y también con otras cuestiones de tipo cultural como la lengua. Cuando íbamos de los pueblos de Aragón a zonas urbanas en esos años 60 y 70, se oía eso de que “hablabas mal”. Las expresiones lingüísticas locales y los acentos, los urbanitas de entonces las despreciaban. Algunos urbanitas de ahora, los de aquí me refiero, otra vez a destiempo, te las imponen, empiezan a rotular señales, indicaciones, etc en una lengua que ellos nunca la han hablado o se la inventan. Un despropósito para estos tiempos de sociedades sin fronteras. El subconsciente colectivo recoge un pasado de carencias y privaciones, de tipo económico y también cultural, que hace que nuestra autoestima colectiva no sea muy elevada comparada con otras zonas. Pero si la baja autoestima tiene un bajo coste de recuperación de la normalidad, la sobreestima lo tiene más complicado. El crecimiento económico y el cambio social, político e institucional de estos últimos 30 años han reducido notablemente las diferencias entre las comunidades. Las sigue habiendo en lo económico pero en otros aspectos, cultural, institucional, político, son menores. ¿Y esto es malo? Pues es difícil de asumir por quienes se han creído superiores. Es más, piensan en que el progreso de esas otras comunidades se hace a costa de las más prósperas. Ya saben el discurso y el lema que se derivan de esas creencias. El problema de esas creencias es que se empiece a fabular y a crear un mundo de fantasía totalmente irreal y que se tomen decisiones tan irracionales como las que estamos viendo desde hace ya un tiempo. Las locuras del Quijote le depararon algunas ligeras lesiones físicas. Me temo que el aterrizaje en el mundo real de algunos colectivos forzosamente va a ser doloroso.

*Universidad de Zaragoza