Un sector del profesorado achaca el origen de muchos de los problemas existentes en la escuela y en el aula a la falta de disciplina, la ausencia de valores, el deterioro de las familias o la falta de reconocimiento de la figura del profesor, y piden como solución un mayor reconocimiento social y un reforzamiento de su autoridad. Por "autoridad" suelen entender ante todo potestad para imponer el orden y para sancionar y expulsar (del aula y/o del centro) a los alumnos más difíciles o recalcitrantes. En otras palabras, si algo o alguien impide la buena marcha de una clase, reivindican poder quitárselo de encima con más facilidad. Qué pueda ser del sancionado o expulsado después, no es un problema ya del profesor o del centro: allá la Administración.

Ese sector del profesorado identifica la autoridad con la potestad de ejercer la fuerza para imponer el orden de cosas deseado, y exige en consonancia instrumentos adecuados para imponer tal autoridad, para que haya disciplina y orden en el aula, para que su autoridad no sufra merma. A ese mismo sector del profesorado quizá le parecerá una memez si alguien, remontándose a los orígenes mismos de la palabra "autoridad" para clarificar algo más el concepto, vincula las palabras latinas auctor y augere al significado primigenio de autoridad: hacer crecer o aumentar. El auctor, quien tiene autoridad, es, pues, fuente u origen de algo, y está relacionado con engendrar, hacer que alguien o algo se desarrolle. Según esto, la autoridad no se tiene propiamente, sino que se ejerce y se va haciendo dinámica y constantemente en la medida en que alguien crece y se desarrolla.

La verdadera autoridad no se impone, sino que se reconoce. Es en la persona misma de quien tiene autoridad donde residen la dignidad, la valía para que se acepte y se reconozca en ella libremente esa autoridad. Quien quiere imponer autoridad sólo por coerción está admitiendo que no le quedan otros instrumentos para hacerlo. Un profesor puede ejercer esa autoridad por estar legitimado para cumplir unas funciones que le son institucionalmente reconocidas. En este sentido, nadie discute que tiene autoridad, tiene el mando, tiene la potestad de imponer orden o hacerse respetar. En el mundo educativo, sin embargo, ese tipo de autoridad sirve para casos o situaciones extremas, pero reivindicarla como principal solución puede ser síntoma de incapacidades e impotencias personales e institucionales poco deseables.

La educación debe buscar formar y desarrollar personas y ciudadanos, lo cual conlleva fomentar su libertad y responsabilidad. A veces puede ser frustrante constatar las dificultades que esta tarea conlleva, especialmente cuando un profesor asegura que lo único que tiene que decir y hacer en un aula es enseñar su asignatura, por lo que cree que a quien no está interesado en estudiarla y aprenderla sólo le queda callar y no molestar o, en caso contrario, sufrir la sanción correspondiente.

Hay alumnos que parecen desconocer las reglas elementales de convivencia y no haber pasado por un proceso de socialización básica. Esos alumnos deben tener claro a fin de cuentas que deben respetar las reglas comunes de un colectivo, pero eso no sucede de la noche a la mañana, por ciencia infusa, más cuando en algunas de sus casas eso se cumple poco y deficientemente. A pocos de esos alumnos les vale realmente la autoridad como imposición de reglamentos y sanciones. Sin embargo, esos alumnos, como todos los demás alumnos, reconocen y agradecen la autoridad de quien sabe, aprecia, valora, anima. Más aún, muchos de esos alumnos descubren por primera vez en sus vidas que hay alguien que a la vez enseña unos contenidos, establece unas normas de convivencia, se interesa por sus vidas, establece una corriente de aprecio y los anima a ir desbrozando su propio camino, y no sólo el camino general que está prefijado a priori para todos sin excepción.

En muchos ámbitos es general la opinión de que la juventud, la enseñanza, los valores eternos sufren un grave deterioro por falta de disciplina, respeto y esfuerzo por parte del alumnado. En consecuencia, muchos creen también que el profesor es una pobre víctima diariamente acosada, insultada, agredida, vilipendiada, por lo que concluyen repitiendo lo mismo que dice machaconamente un sector del profesorado: se necesita ante todo más disciplina y más respeto. En consonancia, piden un reforzamiento de su autoridad. Confunden así la auténtica autoridad con un elenco institucional de automatismos sancionadores que posibiliten que cualquier problema quede borrado a golpe de reglamento.

Profesor de Filosofía