Si ustedes se han fijado, casi todas las calamidades que ahora han reventado en asimetría económica, suspicacia generalizada, descrédito de las instituciones y desafección política empezaron a cuajar en la era aznarí. Antes, es verdad, los gerifaltes del PSOE renovado, González y los demás (también Pujol y sus catalanistas), se habían dejado seducir por las mieles del poder tradicional hasta convertir la Transición no en un proceso dialéctico capaz de evolucionar adecuadamente, sino en un fenómeno encerrado en los estrictos límites de un pragmatismo interesado. Pero Aznar remató la faena y urdió los mimbres de la España actual. Incluso Rajoy, el deponente, llegó a donde está por voluntad del gran José María. La privatización total de las antiguos monopolios públicos la hicieron los amigos del expresidente. La más delirante expansión urbanística en el Mediterráneo arrancó de los veraneos del susodicho y su familia en Oropesa (¡Marina d’Or!). En su segundo mandato, urdió la gran purga de periodistas molestos, incursionando sin complejos en la prensa privada y sometiendo RTVE a su voluntad. Impuso la Ley del suelo liberalizadora que hinchó la burbuja inmobiliaria. Versioneó la Constitución a su gusto. Creó, en fin, un nuevo imaginario conservador más agresivo y revisionista. Entonces irrumpieron en nuestras vidas personajes decisivos: Blesa, Rato, los tesoreros del partido, los pesos pesados de Valencia y Madrid, los invitados a la boda de Anita que luego han llenado los banquillos. Repasen aquellos días de gloria: Perejil, la foto de las Azores, los fabulosos negocios de Bárcenas, los jueces amigos, España va bien... Tan potente fue la cosa (aunque ahora Mariano finja que no se acuerda de nada) que la recuperación del poder por el PSOE no llegó a cambiar el rumbo. Zapatero pudo traerse las tropas de Irak y legalizar la boda entre homosexuales, pero no osó tocar las tramas económicas: ladrillo e hipotecas.

Ahora Aznar anda enfurruñado, quizás porque no se reconoce la importancia de su legado. Tiene razón. Sin él esto no sería lo que es.