"Las rebajas salariales que se han impuesto en particular en los países europeos más afectados por la crisis están mostrando sus límites en la mejora de la competitividad, e incluso son contraproducentes porque agravan el riesgo de pobreza y tienen un efecto depresivo sobre la demanda. Mayores ajustes salariales a la baja en los países afectados corren el riesgo de ser contraproducentes".

No son las palabras de un sindicalista combativo o la valoración de un economista crítico con las políticas de reducción salarial que se están aplicando en la UE. Es la conclusión de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el organismo asesor de los países ricos, en el informe sobre el empleo que acaba de publicar. El mismo organismo que, por cierto, al inicio de la crisis apoyó este tipo de políticas.

A los efectos negativos señalados por la OCDE se le pueden añadir otros tres daños colaterales. Primero: al coincidir con una situación de alto endeudamiento y de baja inflación, las reducciones salariales impiden el desendeudamiento de las familias, debilitan el consumo y empujan a la economía hacia la depresión y el paro prolongado. Segundo: los bajos salarios perjudican la productividad y el compromiso de los empleados con las empresas. Sesgan la economía hacia actividades de mala calidad, como fue la fase del ladrillo. Y, como estamos viendo ahora, hacia el turismo de baja calidad. Y tercero: desincentivan el interés de jóvenes y trabajadores por formarse.

Conclusión: las políticas de bajos salarios no funcionan, ni a corto ni a largo plazo. ¿Por qué? No hay una explicación única. La OCDE se apunta a la tesis que podemos llamar estructuralista. Funciona de la siguiente forma. Las rebajas salariales tenían que disminuir los costes y los precios de los bienes. Esto aumentaría la competitividad de las empresas. Y, a su vez, la mayor competitividad incrementaría las exportaciones, el crecimiento y el empleo. Pero el cántaro de la lechera se ha roto en algún lugar del camino. Para la OCDE la causa radica en la insuficiencia de las reformas estructurales, tanto las de los mercados de productos como del mercado de trabajo. Esta tesis estructuralista es la predominante también en la UE. En todo caso, queda claro que las reducciones salariales no son siempre sinónimo de mejoras de competitividad. Sin embargo, las autoridades europeas y nacionales parecen no darse cuenta.

¿Cuál puede ser la causa de esta miopía? Posiblemente se debe al espejismo del ejemplo alemán. "Hagan ustedes lo que hicimos nosotros hace diez años", recomiendan desde Berlín y apoyan desde Bruselas. Es cierto, esa política funcionó en Alemania. Pero eran otros tiempos. El resto de países de la UE crecían y la economía mundial iba como un tiro. En esas circunstancias, la devaluación salarial y la austeridad fiscal permitieron a Alemania bajar costes y precios. Aunque su demanda interna se debilitó, pudo compensarlo con lo que le comprábamos los demás europeos. Su paro disminuyó. Pero ahora la economía europea y la mundial están deprimidas. Ahora hay que buscar el crecimiento y el empleo en la propia demanda interna. Aunque Alemania y la UE parecen no darse cuenta.

Para hacer frente a los problemas de estancamiento, desempleo, endeudamiento, baja inflación y productividad hay que aplicar cócteles de medicinas que combinen varios principios activos. Por un lado, política monetaria más activa y de grandes inversiones europeas que tiren de la demanda interna. Por otro, reformas estructurales que mejoren la productividad desde la oferta. Hay que dejar de lado los escrúpulos ideológicos y poner a trabajar juntos a John M. Keynes, Milton Friedman y Friedrich Hayek. Esta estrategia basada en un cóctel de políticas es la que está recomendando Mario Draghi, el presidente del BCE. Él ya ha comenzado a aplicarla en lo que le corresponde. Ahora queda por ver si la nueva Comisión Europea hace su tarea. Y los gobiernos nacionales la suya. En todo caso, lo que está claro es que los bajos salarios no funcionan. Para la salud de la economía, es pan para hoy y hambre para mañana.

Catedrático de Política Económica