L a Constitución Española de 1978, reformada de manera lamentable y ruin por el presidente Rodríguez Zapatero, con el entusiástico apoyo de Mariano Rajoy, consagra un sistema parlamentario basado en dos cámaras. El Congreso es la importante, y además existe el Senado, que se ideó como cámara de representación territorial, mediante una trampa legal por la cual un senador por una de las provincias más pobladas necesita un millón de votos, frente a los 15.000 de otro por las menos habitadas. En las condiciones actuales, el Senado no sirve para nada, salvo para colocar -mediante la cuota autonómica, que no mediante elecciones- a políticos que los ciudadanos jubilan, como es el caso del catalán (nacido en Andalucía) José Montilla, los aragoneses Marcelino Iglesias y Luisa Fernanda Rudi, los valencianos Alberto Fabra, Joan Lerma y Rita Barberá, los andaluces Javier Arenas y Juan Manuel Moreno Bonilla, o el balear José Ramón Bauzá, todos ellos expresidentes autonómicos o exalcaldes. Así, los partidos mayoritarios (PP y PSOE) han convertido al Senado en un esperpento, enviando a sus escaños a políticos caducados, y, pese a lo que dicen, consideran a esta cámara como un organismo inútil. Claro que en sus pasillos se puede encontrar un cajero automático del Banco de Santander y una agencia de viajes del Corte Inglés, supongo que para facilitar cómodamente dinero en efectivo y los desplazamientos de sus señorías. El senador José Antonio Monago, designado en su día por Extremadura, sabía utilizarla de manera compulsiva, dados sus numerosos viajes «de trabajo» a las islas Canarias. Para los más vagos e inoperantes, un escaño en el Senado es una bicoca considerable. Sin ir más lejos, en el primer pleno de este nuevo curso sólo estuvieron presentes 54 de los 266 senadores, el 20% de sus señorías. ¿Se imaginan que en cualquier empresa sólo se presentaran el primer día tras las vacaciones uno de cada cinco trabajadores? Pues eso es lo que ha ocurrido en el Senado español sin que nadie se haya escandalizado por ello. Debe de ser lo normal. Es evidente que muchos de los senadores sólo van por allí, cuando van, a vegetar y a cobrar su salario y sus dietas, amén de tener la condición de aforados, con todos los privilegios que conlleva. Dentro de tres meses y medio habrá elecciones generales; estoy seguro de que ninguno de los partidos que se presenten a ellas llevará en su programa la supresión del Senado, aunque sea inane, obsoleto, caduco, inoperante y carísimo. H