Se imaginan un mundo sin pesos y medidas iguales. O sea, un metro en unos sitios son 100 cm y en otro 90. ¿Recordamos el incordio que es que cada móvil utilice su propio sistema de cargador de baterías?

Hubo un tiempo en que los pesos y medidas que utilizaban los diferentes países eran distintos, incluso dentro de un mismo país. Durante la Revolución Francesa se diseñó y comenzó a aplicarse el conocido sistema métrico decimal. El proceso no fue sencillo.

Sin duda un sistema de medidas universal contribuyó a crear un gran mercado en Francia lo cual proporcionó ventajas frente a otros países en la economía de aquella época. Facilitaba el intercambio y estimulaba la economía pero además protegía a los más débiles: los menos favorecidos e ignorantes podían conocer las dimensiones de cada transacción. Esta mentalidad racionalizadora e igualitaria inspiraba otro tipo de actuaciones: la escuela pública y el idioma común permitió a todo el mundo comunicarse y ser capaz de entender las normas que les iban a regular. Transformó a los campesinos en franceses; de súbditos pasaron a ciudadanos.

¿Recuerdan la expresión distintas varas de medir? Todavía se ven en algunos de nuestros pueblos en la plaza pública alguna vara de hierro en una pared que facilitaba las transacciones ajustándose a lo que esa vara medida (en Calaceite sin ir más lejos). Pues bien, en nuestro país hay colectivos, partidos, grupos de interés, ideologías que buscan cualquier oportunidad para establecer líneas divisorias entre la ciudadanía.

Las actuaciones fragmentadoras y divisorias se justifican en función de supuestas diferencias culturales, derechos históricos, cercanía de los gobernantes a la ciudadanía, mejoras en la gestión, retorno a un mundo idílico… Las verdaderas razones y los resultados de estas actuaciones se ocultan. Las líneas divisorias siempre son para establecer diferencias, lo más opuesto a las ideas de igualdad. Esas diferencias se traducen en que unos estarán mejor a costa de otros. Alguien dirá quiénes son los buenos quiénes los malos, quiénes son los auténticos y quiénes los forasteros que vienen a aprovecharse de los buenos, de los de toda la vida. Las religiones y los nacionalismos son especialistas en hacer estas distinciones y en otorgarse las credenciales para decir lo qué es pecado y lo que no, quiénes son los buenos y quiénes son los malos, todo ello en virtud de unas revelaciones divinas o de invenciones de la historia aliñadas con muchas mentiras. No hablamos de teorías. El que la lengua, por ejemplo, sea requisito para ejercer determinadas profesiones, o para presentarte a unas oposiciones en estos tiempos, es un factor desigualitario que favorece a unos y perjudica a otros. Incomprensible la aceptación sin pestañear, o incluso apoyar, por algunos partidos de izquierda o por los sindicatos de clase. Porque una cosa es que la lengua sea un mérito, algo perfectamente aceptable, y otra que sea un requisito en unos tiempos en los que la movilidad, no se olvide, nos da más libertad, y a veces es por necesidad.

Recuperar tradiciones o lenguas, o inventárselas, (el actual euskera es una invención de montones de localismos) parece que es un hecho progresista. Volvemos al paraíso, parece que veníamos de una Arcadia feliz donde todo abundaba y la justicia social imperaba. Era exactamente todo lo contrario: sociedades feudales, estamentales, serviles, desigualitarias y empobrecidas. A ver: cualquier tiempo pasado no siempre fue mejor, ni mucho menos. Una cosa es conocer de dónde venimos y recuperar tradiciones para ese conocimiento y otra inventarse normas para dividir y fragmentar a las sociedades. La fragmentación, al final, conduce al privilegio. Cuando se divide es para algo y el que divide, en algún momento, se aprovechará. Favorecer espacios comunes, valores igualitarios, no confundir con uniformizadores, nos hace más libres y da más oportunidades, sobre todo a los más desfavorecidos, que siempre tienen más dificultades para desenvolverse en los vericuetos de los requisitos formales, culturales o legales. Es necesario repensar el sentido y el esfuerzo que tiene recuperar algunas de nuestras tradiciones con la mirada puesta en las consecuencias y en el uso que a veces se hace por parte de determinadas ideologías y grupos sociales. <b>*Universidad de Zaragoza</b>