A la llegada de Zaragoza en Común, el ayuntamiento cesaraugustano no era el País de las Maravillas sino un campo de minas. La Casa Consistorial escondía contabilidades, expedientes y ordenanzas listos para estallar si cualquier incauto los manejaba con descuido o sin el auxilio de un experto artificiero. En ese incierto territorio entraron los de ZeC, alegres y rebosantes de autoestima, listos para activar sin darse cuenta todos los detonadores habidos y por haber. Así, el IBI les explosionó en la cara. Los llamados gestos simbólicos (el cambio del nombre del Pabellón y las Ordenanzas de Protocolo) han acabado en fiasco. El manejo de las subvenciones de Acción Social ha convertido en víctima colateral a la vicealcaldesa, Luisa Broto. Hasta el nuevo cabezudo ha pegado un sonoro petardazo porque es un personaje tan inconveniente como cualquiera de sus colegas. Y ojo a temas que cuelgan a lo Damocles: Arcosur, la seguridad en Oliver, las contratas de los grandes servicios públicos...

La mayoría de estos polémicos asuntos (cabezudo incluido) estaban ahí cuando aterrizó ZeC. El IBI del demonio, por ejemplo, viene condicionado por un catastro que el Ministerio de Hacienda ha manejado a su antojo. Las ayudas a las entidades sociales están asimismo muy viciadas por los usos del pasado inmediato (cosa, por cierto, que atañe al PSOE, a CHA y a IU). Tienen razón Santisteve y los suyos al lamentarse de estar comiéndose los marrones de otros. Lo malo es que todos los malditos barullos se les complican en sus inexpertas manitas. No saben los comunes (quizás tampoco quieren) negociar política y socialmente los temas antes de lanzarlos, no consultan, no sopesan las opciones, no inventan soluciones, no captan la complejidad de las cosas.

Para colmo, ZeC tampoco acierta con los asesores (véase, si no, la torpe intervención en Etopía o la extraña gestión del conflicto con las entidades subvencionadas). Se limita a pisar las minas, recibir el impacto y, seguramente, quejarse por la incomprensión de los observadores. Mientras, otros grupos más avezados y retorcidos se frotan las manos. Qué lástima.