Es increíble que haya quien encuentre justificado que un becario no solo no cobre por trabajar, sino que encima tenga que dar literalmente las gracias porque un empresario le permita regalarle su trabajo. Estoy hablando de las declaraciones del cocinero Jordi Cruz, que justifica que su negocio no sería viable «si todo el mundo estuviera en plantilla». Añade que sus becarios están aprendiendo en un lugar inmejorable, y que encima se les da alojamiento y comida. Realmente, no sé dónde está la diferencia entre este régimen y el de los antiguos siervos, salvo que los becarios de hoy pueden marcharse cuando quieran. Preferiblemente, al extranjero, donde un menú en uno de estos grandes restaurantes cuesta lo que tiene que costar para ser viable. O sea, el doble más o menos. Porque vamos a ver. ¿No cree, señor Cruz, que si la Opel no pagara a la mitad de su plantilla, el negocio sería mucho más rentable? ¿No le parece inmoral que el trabajo de personas cualificadas se tenga que regalar para que unos pocos comensales coman en uno de estos restaurantes de postín, y a usted le salgan las cuentas? ¿Pero es que nadie se da cuenta de la perversión del sistema que defiende el señor Cruz? Gana él, que consigue un negocio rentable; y gana el comensal, que no paga lo que vale el lujo que se permite. Y aún pretenden que nos parezca normal. Pues no, oiga: esto es la perversión. Porque un becario no solo aprende, sino que aporta. Y si todas las empresas excelentes en lo suyo hicieran lo mismo, estaríamos retrocediendo al medievo.

*Periodista