Por estos pagos el hábito de la lectura nunca ha estado muy arraigado y, por desgracia, tiende a desvanecerse víctima quizá de fórmulas de ocio demasiado alejadas de la reflexión y de la independencia de pensamiento. Es este un triste signo de nuestro tiempo, cuando más necesario se hace cuestionar el desbordado caudal de información dudosa que nos llega desde todos los frentes y la manipulación de noticias a través de las redes sociales se convierte en arma perniciosa para restringir nuestra libertad intelectual.

Desde esta perspectiva, los clubes de lectura desarrollan una gran labor que rebosa el estricto marco cultural, de por sí suficientemente acreditado. Sin embargo, la actividad de base que desarrollan para el fomento de la lectura está poco reconocida y aún menos respaldada; tampoco suelen perdurar mucho tiempo. El Club de lectura de la Asoziazión Cultural Bente d’Abiento, liderado por Estela Alcay, parece ser una esperanzadora excepción, tanto por su trayectoria como por la estudiada selección de actividades y lectores devotos. Esta misma semana he tenido la ventura de participar en una de sus sesiones, tras la selección de mi novela Soles en el mar para el trabajo del grupo. Para un escritor, el contacto con los lectores es primordial, una ocasión única e irrepetible para contrastar el efecto que nuestro trabajo suscita en el público al que se orienta; estos encuentros siempre suponen una gran satisfacción, una cita que nunca defrauda y que compensa las horas de soledad ante unos folios en blanco. Afirmaba Virginia Woolf que para escribir era necesario un cuarto propio; estoy de acuerdo con ella, pero también creo absolutamente necesario abandonar de vez en cuando el refugio, bajar a la calle y transmutar el monólogo en diálogo. H *Escritora