El tira y afloja en relación con los bienes de Sijena tiene mucho más de pirueta táctica que de otra cosa. La Generalitat parece admitir ahora (aunque no sabemos si esa actitud se mantendrá en el tiempo) la obligación de devolverlos. El peso de las sentencias pero sobre todo la propia lógica de la situación imponen ese retorno, que las autoridades catalanas han demorado, negociado y esquivado con una intención fundamentalmente propagandística.

El catalanocentrismo exhibido una y otra vez por los soberanistas de aquella comunidad (incluida la jerarquía eclesiástica) ha alcanzado, en el tema de los bienes, un nivel lamentable. Ese egoísmo absurdo e inexplicable conecta con la naturaleza primitiva e insolidaria de un nacionalismo de vía muy estrecha. Al final, el forcejeo en torno a la devolución es solo una pirueta simbólica: quienes piden todo no quieren dar nada. Sin embargo no hay argumentos que soporten la decisión de apropiarse de lo que es ajeno. Por eso el Gobierno de Cataluña va cediendo poco a poco, como si le estuviesen sacando una muela. Una situación lamentable, que nos hace perder mucho tiempo, demasiado.