Las generales de diciembre del 2015 trajeron la posibilidad de dar un paso adelante. De ensayar respuestas a una crisis económica que traía recortes en necesidades básicas, en derechos sociales y en el aumento de la desigualdad social. Siquiera un acuerdo de mínimos que cambiara la inercia. Pero nada. Las izquierdas ni se miraron y se dio un paso atrás. El PSOE priorizó un trato con Ciudadanos, Podemos fio su pasaporte al cielo a un futuro sorpasso; eligió ser incontestable antes que útil y necesario. Y, claro, lo social dejó de estar en la orden del día, «porque en toda situación de ¬enfrentamiento, se refuerzan las po¬siciones extremas y se debilitan los ¬partidarios del diálogo», como nos dice el profesor Manuel Castells. Pasada aquella oportunidad, ya se sabe, no hemos vuelto a tener noticias de una apuesta inequívoca por una agenda social que se concrete en algo más que propaganda, y una estrategia común desde la izquierda por desalojar la política austericida, que es la que en definitiva nos ha traído hasta aquí.

Lo peor es que no hay indicios de que algo cambie. Los socialistas, con un perfil más que bajo, han cerrado filas con el Gobierno en un supuesto compromiso de reforma constitucional que los propios populares ya han anunciado que no será de calado. En paralelo, van cerrando sus baronías territoriales con escasa renovación.

Por otro lado, la hiperactividad de Podemos, más en guerra que en paz con sus confluencias, y menos quincemayista y horizontal que nunca, ha oscilado entre la ambivalencia y la ambigüedad en el caso catalán, lo que podría hacerle pagar un alto precio electoral en el conjunto de España, como advirtió la ya defenestrada Carolina Bescansa.

En el barullo y las llamadas a la épica se han movido mejor siempre el PP o los exconvergentes del PDECat, atosigados ambos por escándalos de corrupción. Un escenario cortoplacista y solo sembrado de banderas del que sin embargo, con el 21-D a la vista, pueden sacar ahora rentabilidad los «partido-relevo», C’s y ERC, «que azuzan el conflicto como quien sabe que lo tiene todo por ganar», como narra Ferrán Gallego. «Las dinámicas plebiscitarias no están pensadas para permitir que se elija. Han sido diseñadas para establecer una elección bipolar, que destruye todos aquellos aspectos sustanciales que dividen a personas y colectivos en una democracia», añade el historiador. En resumen, muerto el bipartidismo, la bipolaridad continúa. H *Periodista