Confieso que de vez en cuando mis dotes de augur fallan. Sobre todo porque tiendo a racionalizar el futuro, y por ello siempre pensé que el pantano de Biscarrués jamás se haría. Destruirá una zona dinámica y equilibrada. Ni siquiera podrá albergar (al menos de entrada) una central hidroeléctrica. Existen otras alternativas mejores, más baratas y menos impactantes para regular agua con destino a los regadíos del Alto Aragón... Y además el Gállego es ahora mismo un río muy contaminado por el lindano y necesita imperiosamente un plan de limpieza a medio y largo plazo, no que destruyan su tramo mejor conservado y más interesante. Sin embargo, la absurda y fatal dinámica que lleva al Aragón institucional de error en error ha logrado meter el maldito embalse en los Presupuestos Generales del Estado (150 millones). Supongo que allí habrá desplazado otras inversiones en Aragón mucho más urgentes y productivas. Pero así son las cosas en la Tierra Noble.

La Galliguera, ese pedazo de ribera que discurre al pie de los Mayos de Riglos entre sotos y peñascos, ha convertido la explotación sostenible del río en una forma de vida. El turismo vinculado a los deportes de aventura y en particular al rafting en las aguas bravas del Gallego ha promovido importantes inversiones y creado no pocos puestos de trabajo. No han hecho falta subvenciones ni fondos especiales, ni que interviniese sociedad pública alguna, ni diseñar algún surrealista proyecto a costa del erario, ni llevar fábricas fantasmas de avionetas, coches eléctricos o granjas de engorde que dejan aquí los purines y llevan los beneficios a otro lugar... No, todo se ha hecho con absoluto respecto al medio ambiente, con la iniciativa de la gente, sin trampa ni cartón.

Será por eso que el pantano (cuya rentabilidad social y económica ha de ser escasísima) va sorteando todos los inconvenientes y avanza como una especie de demencial avalancha destructora. Así es como Aragón se jode a sí mismo (para beneficio de unos pocos). Con el ignorante regocijo de los idiotas.