Déjenme hablarles hoy de Mario Conde. Sí, un ídolo caído, un hombre pasado de moda. Me contaba el otro día una amiga que hace años leyó su autobiografía, y que le sorprendió que afirmara que él, que en los años noventa se iba a comer el mundo, confesara que los ricos "de verdad" no le aceptaron nunca. Añadía que se dio cuenta en la cárcel, cuando tuvo tiempo para reflexionar. Conde fue el ídolo de los yuppies, el triunfador con gomina. Tenía una fe en sí mismo abrumadora, y durante un tiempo rozó el cielo de los poderosos. Y cuando cayó --y esto está en sus reflexiones-- entendió por qué sus antiguos amiguitos le dieron la espalda: porque él nunca fue rico "de los de toda la vida". Entendió que los ricos de verdad son los dueños de los medios de producción, no los que viven de un salario, aunque este sea estratosférico. Ellos son la Casta, pero la de verdad, no de la que habla Podemos. La Casta con mayúsculas puede tener una deuda con los bancos de mil millones de euros, como dicen que tiene una Koplowitz, y no pestañear. Prueba tú a deberle 50 euros al banco, que ya verás qué pedazo de comisión te clavan. Pero a lo que iba. Los poseedores de las tarjetas black son todos horteras de bolera, personajes que creían que eran ricos, pero que ahora, cuando toca devolver lo que malgastaron, no tienen de dónde sacarlo. Ningún banco les avalará, porque los bancos sí que huelen el dinero viejo a distancia. Por eso Blesa va a caer, como cayó Mario Conde. Porque él fue un venido a más y ahora, mientras él tiene que ir a dar cuentas al juez, cada vez más empequeñecido, la vida en las alturas, pero en las de verdad, sigue plácida e inmutable. ¿Blesa? ¿Quién es Blesa? Ah, sí, aquel banquero...

Periodista