El primer proyecto de Lalo Arantegui como director deportivo del Real Zaragoza fue tan de autor, tan personal y con tantas apuestas exóticas que todo estaba por descubrir. Por eso, la pretemporada fue incluso más especial que la de otras campañas. Siempre lo es porque esos días tienen un cierto halo mágico, como cuando un niño abre muchos regalos a la vez. La de este verano lo fue todavía más. Un entrenador nuevo, un par de suizos, un georgiano, un portugués jovencito, futbolistas fichados de Segunda B, canteranos recién llegados, un portero argentino de notable currículum con un año de inactividad a las espaldas… Muchos reclamos en la época del año en la que se cimentan las ilusiones en el fútbol.

En la pretemporada hubo dos grandes esperanzas en ataque. Borja Iglesias, al que Jesús Valentín, aún por entonces aquí, lo definió así: «Las mete todas». Y Buff, un helvético fino, de poco físico pero con el don para el pase entre líneas. El delantero gallego pronto confirmó la opinión que de él tenía Valentín. A Oliver, asiduo titular también (once veces), le atropelló el ritmo de la competición. No se encontró. Del once pasó a quedarse fuera de varias convocatorias hasta que justo ahora en esta fantástica remontada ha empezado a mostrar todo aquel capital de imaginación. Sombreros, pases mágicos sin mirar en tres cuartos, verticalidad, talento en la mediapunta, influencia en el juego y hasta algún brillante gol de falta. Todo, en muy pocos minutos. Ya no es un bluf. Es el señor Buff.