Muchas veces para ver claro basta con cambiar la dirección de la mirada y despojarse de complejos viejos. En el Real Zaragoza, en el de ayer, en el de hoy y en el de mañana, el criterio para jugar siempre ha de ser el mismo: la categoría y la calidad individual, independientemente de donde proceda, si de la Ciudad Deportiva, que cuando así sucede la alegría se duplica, o de la Conchinchina. A igualdad de condiciones siempre es más beneficioso económica, social y deportivamente que la oportunidad sea para el de casa, pero cuando la diferencia de nivel salta a la vista, el buen ejercicio de la responsabilidad obliga a poner al mejor. Vallejo es ahora mismo un futbolista superior a Rubén y por eso juega por delante de él y de cualquiera de los demás. Es de aquí. Bono es un portero de mucha más jerarquía que Alcolea y Whalley y por eso debe ser el que esté bajo palos innegociablemente en el asalto del Real Zaragoza a la sexta plaza y en una hipotética promoción posterior. Es de fuera.

El marroquí tiene un rango profesional que está por encima de sus dos competidores, ambos de casa pero cuyo nivel es nítidamente inferior al suyo. Transmite una seguridad, una tranquilidad y una convicción en sus acciones de guardameta con peso, serio, verdadero. Tiene la altura y la figura de un arquero moderno y un juego con los pies acorde con los tiempos. Ayer convirtió todos los balones colgados al área por el Numancia en momentos intrascendentes, blocando bien y sin titubeos. Estuvo espléndido sacando una mano preciosa a una falta lanzada con veneno por Julio Álvarez y la sensación que trasladó toda la tarde desde su posición fue de solvencia absoluta.

En los minutos finales, con el bajón físico habitual, el nerviosismo recorrió la grada por la poca fiabilidad del equipo. Con quien más tranquilo estaba el aficionado era con Bono. Un portero de Primera.