He estado al borde de la tuberculosis, al borde de la cárcel, al borde de la amistad, al borde del arte, al borde del suicidio, al borde de la misericordia, al borde de la envidia, al borde de la fama, al borde del amor, al borde de la playa, y, poco a poco, me fue dando sueño, y aquí estoy durmiendo al borde, al borde de despertar». Gloria Fuertes nació hace 100 años. Murió en 1998. A los que fuimos niños cuando la poeta se paseaba por una tele que tenía solo dos canales, nos dejó el recuerdo de una voz mitad de cazalla, mitad de bruja buena.

Su prosa y versos infantiles nos hicieron creer que ella solo habitaba en el cuarto de los niños. La mayoría desconocíamos que, en la estancia, entre muñecas de trapo y mecanos de colores, había una puerta. No era secreta, pero pocos se aventuraron a abrirla y entrar en la sala oculta. Quizá la intuían oscura. Quizá temían descubrir que la sonrisa tenía truco. Que el humor escondía una vida cincelada a fuerza de voluntad y valor. Y que la sencillez de sus rimas contenía la complejidad de una vida a contracorriente.

Gloria Fuertes fue mujer poeta, lesbiana, feminista, pacifista y de izquierdas. Creció con los zarpazos de la guerra y solo fue a la universidad como profesora, en EEUU. Se coló por las rendijas del franquismo disfrazada de niña grande. El régimen la consintió porque no la entendió. Y el machismo la silenció. Durante décadas. ¡Qué bien se ajustaba el papel de escritora de niños, pueril e ingenua, a una sociedad que reservaba a los hombres la capacidad de andar con el paso cambiado!

El dolor, el amor y la denuncia de las injusticias son los ejes de su obra. Como los palos recios y sobrios que sujetan las marionetas, la poeta supo crear títeres llenos de vida, que no dejaban de seguir el movimiento firme de quien supo crear un lenguaje propio, un universo particular de reivindicación social.

El reconocimiento a la obra adulta de Fuertes le fue racaneado en vida. Murió sabiéndose poco comprendida. Instalarse en la sencillez, hacer de ella una bandera, negarse a que ninguna de sus rimas precisara de diccionario, jugar con la simplicidad hasta convertirla en el contenedor de los sentimientos más profundos, era una forma de rebeldía. No solo contra la moral imperante, también contra la cultura más valorada, dos mundos que demasiadas veces caminan juntos. ¡Cuánta vanidad encierra a menudo el uso petulante de un vocabulario reservado a unos pocos! La poesía de Fuertes es para todos. Y su voluntad no era fruto de la impericia, sino de un sólido compromiso social. No importa la edad, ni el sexo ni los estudios, cualquiera puede asomarse a sus versos y sentirlos.

El centenario de su nacimiento ha resucitado el legado de su vida. Su obra y biografía. Libros y documentales nos permitirán abrir la puerta que tanto tiempo permaneció cerrada. Los numerosos actos en su honor nos permitirán conocer más detalles de la poeta que todos oímos, pero que no siempre supimos escuchar. Curiosamente, fuera de nuestras fronteras se adelantaron a la celebración. El año pasado, el 28 de julio, Google dedicó un doodle, el logotipo de la página de inicio de su buscador, a los 99 años del nacimiento de Fuertes. Norwegian también comunicó que dedicaría un avión a la poeta como homenaje en su centenario.

Hace un par de semanas, el grupo socialista registró una batería de preguntas en la Mesa del Congreso para saber qué actos había puesto en marcha el Gobierno para conmemorar el centenario. Es la segunda vez que el PSOE interpela al Ejecutivo del PP. La respuesta sigue siendo la misma: ni un euro.

El Gobierno piensa que no hace falta invertir en el reconocimiento de Fuertes, quizá cree que ya hay bastante con los homenajes que hagan otras instituciones y editoriales. Total, andamos sobrados de referentes femeninos y culturales. Los libros de texto desbordan menciones a mujeres que descollaron en sus profesiones. Estamos saturados de conocimientos sobre vidas de mujeres independientes y relevantes. ¿Para qué mirarnos a través de una feminista, lesbiana y progresista?

Reivindicar a Fuertes es expresar la voluntad de reconocernos en toda la pluralidad de la sociedad. Es la oportunidad de acogerla por completo, de superar aquellos años en los que solo quiso verse uno de los rostros de la poeta. Fuertes tuvo amores y amantes. Hombres y mujeres. Pero su obra está impregnada de soledad, a la que ella se enfrentaba con un peculiar sentido del humor. «… al borde del suicidio, al borde de la misericordia, al borde de la envidia, al borde de la fama, al borde del amor...». Es muy triste que el Gobierno la siga queriendo al borde del olvido.

* Periodista