Hace unos días estrenaron la película Borg vs. McEnroe. El tenis, así como el fútbol cuando juega Messi, el atletismo y la natación, son los únicos deportes que me gustan y que puedo seguir sin ponerme a pensar inmediatamente en el pomo de la puerta de mi casa que lleva un mes roto, en los viajes que me gustaría hacer o en si sería mejor ordenar la biblioteca alfabéticamente o según la nacionalidad de los autores.

La película es apasionante, incluso para alguien a quien el tenis no interese en absoluto. Narra el campeonato de Wimbledon de 1980 y la celebérrima final que enfrentó al fantástico Björn Borg y al genial John McEnroe. No recuerdo haberla visto en su día, lo más probable es que la siguiera recostada sobre mi abuelo con Kundry, su perrita teckel, a nuestros pies, los tres en silencio y concentrados. Es posible que él fuese con Borg, pero no hay duda de que yo iba con McEnroe.

Borg ya era una leyenda. Había conquistado un montón de títulos de Grand Slam (llegaría a conseguir once), era el jugador más joven en haber ganado Roland Garros y Wimbledon, con 18 y 20 años respectivamente. Las mujeres le adoraban. Era considerado uno de los tenistas más importantes de la historia y el mejor deportista sueco de todos los tiempos. Era rico, guapo y famoso. Tenía 25 años.

Y entonces llegó McEnroe. Más feo y sin embargo mucho más guapo. Más temperamental también, e iracundo. Si Borg era una máquina en la pista, McEnroe era una bestia. Borg era un maniaco, pero McEnroe era un chalado y un psicópata. El norteamericano se desgañitaba, insultaba, se desesperaba, se peleaba con los jueces de línea y con el público y rompía raquetas. También jugaba a tenis, y de qué manera. Borg y McEnroe no podían ser más distintos y se reconocieron al instante. Estaban hechos el uno para el otro. La únicas parejas posibles son las parejas improbables, lo sabe todo el mundo.

En la película, los fragmentos en los que sale Borg parecen una película de Ingmar Bergman y los de McEnroe un videoclip de Los Ramones. Y sin embargo Borg reconoce en McEnroe al niño apasionado que fue y McEnroe en Borg al maestro.

Borg vs. McEnroe es la historia de una competición pero es también la historia del principio de una historia de amor, o de amistad, que es lo mismo. Tiene todos los elementos de la pasión: la fascinación por el otro, el miedo, el misterio, la obsesión, el reconocimiento. También el deseo de posesión y de aniquilación.

La final de aquel año la ganó quien debía ganarla. Se volvieron a enfrentar al año siguiente y también ganó quien lo merecía. Porque, a veces, las historias de amor acaban bien.

*Escritora