La alta burocracia europea está integrada por un puñado de señoras y señores que proceden a partes iguales de la política y de las grandes compañías privadas, aunque uno nunca sabe dónde acaba lo uno y empieza lo otro, pues las puertas giratorias llevan hoy a un directivo del Deutsche Bank al staff ejecutivo del Banco Central Europeo, y mañana conducen a un excomisario de la UE a cualquier consejo de administración de algún superhólding. Las élites se han globalizado, transversalizado y enriquecido, y todavía piensan llevar aún más lejos tales acciones (sobre todo la de pillar pasta, que no lo hacen solo por el dinero en sí, sino porque los millones son un puro y luminoso factor de poder y estatus). El caso es que estas gentes, acuarteladas en Bruselas, vigilan estrechamente lo que ocurre en España, mientras discuten entre ellos cómo apretarnos (más) las tabas. De momento, planea sobre nuestras cabezas una multa de 2.000 millones de euros por incumplir el déficit, y un ajuste presupuestario que se evalúa en 8.000, 10.000 o incluso 20.000 millones. A ver de dónde.

Pero, claro, los jefazos del Consejo de Europa, el Banco Central y el jodido Eurogrupo no las tienen todas consigo. Supongan ustedes que el 26-J el electorado hispánico se deja llevar por las ganas y vota raro. Entonces, aquellos próceres harán ejecutiva de inmediato la multa que retienen (para disgusto de Alemania que no admite bromas en estos temas), ordenarán reducir y frenar en seco la financiación de nuestros bancos y la compra de deuda, exigirán el fin definitivo de cualquier alegría presupuestaria y negarán que nuestros ricos (ese medio millón de contribuyentes que ya apenas tributa) deban ponerse al día ni ser objeto de presión fiscal alguna. Es lo que se llama hacerte un griego.

Me gustaría saber qué opinan de esto los candidatos a presidir en el futuro nuestro gobierno. Pero Rajoy solo habla de bajar impuestos (¿?), Sánchez promete lo que no puede dar, Iglesias pretende someter al monstruo con discursos y Rivera pone cara de buen chico. Desde Bruselas, el Gran Hermano vigila y afila el cuchillo.