La intención manifestada por las autoridades finlandesas de abandonar la enseñanza de la caligrafía tradicional en favor de la mecanografía ha despertado una fascinante polémica. Finlandia abandera un modelo muy avanzado y eficaz de educación, justamente ponderado en toda Europa y avalado por el informe PISA; por ello, tal decisión no podía pasar inadvertida, si bien posiblemente se haya exagerado en sumo grado su trascendencia: no se trata tanto de proscribir la escritura manual, sino de la conveniencia de adaptar la enseñanza a las necesidades de una sociedad que ha hecho del teclado una herramienta básica.

Sin embargo, el debate ha despertado la atención sobre algunos aspectos de la escritura manual que estaban pasando inadvertidos, como su relevancia en el desarrollo del sistema psicomotriz, adquisición de habilidades motoras finas y destreza en el aprendizaje. También parece claro su papel para fijar en la memoria los conocimientos asimilados, siempre en un rango superior frente a la tipografía tecleada, ya de uso masivo en las aulas en sustitución de los acostumbrados apuntes redactados a mano. Y aún quedarían otros matices, tal vez solo nostálgicos, como la expresión de la personalidad a través de los rasgos peculiares de cada grafía individual.

Hubiera sido deseable una deliberación centrada no tanto en las formas como en el fondo: la prioridad de uno u otro tipo de transcripción no es lo relevante, sino la capacidad de expresión por escrito, que en plena caída libre alcanza ya una pobreza extrema y, aún peor, su perspectiva es deprimente a tenor de lo que se puede constatar en la calle. Mas cuando no existe suficiencia expresiva, tampoco puede darse la comprensión y asimilación de textos.

*Escritora