Nadie desde los tiempos de Mao Zedong había amasado tanto poder en China. El presidente Xi Jinping lo será de por vida y su pensamiento se ha incorporado a la Constitución. Desde que aquel país se embarcó en un sistema de economía de mercado dentro de una estructura comunista ha habido puntos de vista distintos en la dirigencia política que ha tendido a gobernar de forma colectiva atendiendo a estas distintas sensibilidades o intereses siempre dentro del partido. La aprobación ahora a dictado de Xi del cambio legislativo hace imposible no ya cualquier disidencia, sino una simple discrepancia. Y esto ocurre en un momento de la historia en que China ya no es aquel país pobre y destruido, salido de una guerra civil, con escaso peso en la escena internacional que gobernaron con mano durísima Mao y sus distintas camarillas. Hoy, China es la gran potencia en neta competición con EEUU. Xi llegó al poder en el 2012 y con él aumentaron los programas de vigilancia, así como la censura en un país donde las libertades civiles ya eran más que escasas. También emprendió una política anticorrupción que le sirvió para desembarazarse de sus rivales. También inició una política de reafirmación en el Pacífico. Los cambios llevan al país más poblado del mundo a vivir bajo una dictadura condenable y peligrosa para los chinos y también para sus vecinos.

Apaso acelerado, los hábitos de consumo cultural de la población van cambiando a medida que crecen la cantidad y la calidad de pantallas a disposición de los consumidores: móviles, tabletas, televisión, cine... La irrupción de las plataformas on line al estilo de Netflix, la más popular y potente, supone un nuevo paradigma en la comercialización audiovisual: las películas ahora ya no siguen el ciclo cine-televisión sino que se estrenan primero en las plataformas sin llegar a pasar por las grandes salas, como ha sido el reciente caso de The Cloverfield paradox, el último éxito de Netflix. Ante el empuje de los nuevos modelos de negocio digital, el cine se introduce en una revolución en la creación, distribución y exhibición, un camino que ya emprendieron, con dispar éxito, industrias como la musical, la editorial o la de los medios de comunicación. Como suele suceder en estos casos, hay pocas certezas y muchas incertidumbres y oportunidades. Con las nuevas posibilidades que la tecnología da a los usuarios, resulta fútil intentar poner puertas al campo. La experiencia de ver cine ha cambiado, y oponerse a ello no solo es absurdo sino que resulta una mala práctica empresarial. Es el nuevo reto de la industria. Hay riesgos en el camino -por ejemplo, la creación en el sector de grandes monstruos cuasimonopolísticos a lo Facebook o Google-, pero también ventajas tanto para creadores como para el público.