Como una imagen vale más que mil palabras, la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente español, Mariano Rajoy, se han fotografiado esta semana en Santiago para abrir una temporada trascendental en España marcada al principio por la amenaza de la consulta soberanista en Cataluña y al final por las campañas electorales: las municipales que cerrarán el presente curso --con la sombra de una reforma a medida--, y las generales que abrirán el próximo. Merkel respaldó la posición de Rajoy durante la visita en ambos asuntos, aunque con frialdad germánica, en el primero calificándola de "lógica" y en la segunda vinculando las medidas de austeridad con los primeros síntomas de recuperación. Un apoyo expreso a las políticas económicas de España escenificado mientras sucumbía en el país vecino el Gobierno de François Hollande, el cuarto en hacerlo en el Sur de Europa después de Grecia, Portugal, Italia y la propia España en tiempos de Zapatero. Así, mientras el referente de la socialdemocracia europea se fracturaba, la líder democristiana sacaba pecho haciendo un tramo del Camino de Santiago con Rajoy y reeditando el milagro o la ilusión española. Quien la siga encontrará su recompensa --sirva el ejemplo del apoyo a Guindos o Cañete-- por mucho que la corrupción ponga alguna piedra en el camino, como el caso Gürtel en España, o el caso Tapies en Francia, en el que ha sido imputada ahora la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, por su época de ministra de Economía con Nicolas Sarkozy. Y es que lo que más le ha conmovido a Merkel de nuestro país no han sido los miles de desahucios de los últimos años ni los 5'5 millones de parados, sino la devoción jacobea. Periodista y profesor