Termina una campaña, la segunda en lo que llevamos de año, y ya se escucha a lo lejos el doblar de las próximas: las generales, las catalanas y quién sabe si también las andaluzas o alguna otra. El soniquete de la que acaba, pese a las expectativas que había generado, apenas ha cambiado. La misma repetición de clamores y plegarias encorsetados en los espacios electorales de las televisiones públicas, especialmente en la de Aragón, que se justificaba (acaso disculpándose por las molestias) antes de abrir cada tanda. Fuera de ahí, los partidos han repetido la fórmula clásica: con mítines llenos de promesas ante sus incondicionales, a la que han sucumbido incluso las nuevas formaciones, aunque con un lenguaje, una música y una puesta en escena algo diferente. Como estaba previsto, el gobierno central ha sembrado la campaña de anuncios y medidas electoralistas, como el Plan Integral de Apoyo a la Familia o la licitación del tramo Figueruelas-Gallur de la A-68; mientras que el de Aragón ha cerrado por si acaso asuntos pendientes, como la adjudicación y concesión pública del nuevo hospital de Alcañiz, al tiempo que algunas filtraciones en la vecina Valencia revelaban cómo se negocian a veces estos contratos. Quizá lo más novedoso de la campaña que agoniza ha sido el uso que algunas agrupaciones ciudadanas, como Ahora Madrid, han hecho de las redes sociales, convirtiendo en la recta final a su candidata, Manuela Carmena, en toda una musa. Eso y la bajada en el tono de la crítica entre los partidos tradicionales, sabedores de que el ataque recíproco al que nos tenían acostumbrados ya no sirve para arañar votos sino para reforzar el avance de los nuevos, que esperan dar la campanada.