La campaña electoral se acaba. La echaremos de menos. Política poca, pero show hemos tenido de sobra. Si la política española no es Sálvame, anda muy cerca. Ahí quedan las miles de horas dedicadas a informar sobre si Aznar iba o no a mitinear donde sus amiguetes, si Susana Díaz y Pedro Sánchez coincidían o eran extraños en un tren y la omnipresencia de Esperanza Aguirre, la Belén Esteban de la política española, igualmente incontenible en su capacidad de soltar boutades. Queda la duda si tanta insustancialidad debe agradecerse a los medios de comunicación, los asesores o los candidatos; seguramente a todos. Ha sido el estilo de campaña que le gusta al Partido Popular. Poco debate y mucha castaña. Los populares han concurrido a estas elecciones municipales con un relato compacto y no estaba para ponerse a desmenuzarlo. La recuperación viene de camino y solo ellos pueden garantizarla porque solo ellos podrían gobernar en solitario. Las fuerzas de la oposición parecen haber puesto menos interés en desmontar ese relato que en enzarzarse sobre quién quedará segundo, aunque sea a los puntos. Desconcierta lo mucho que se ha cotilleado sobre pactos y lo poco que se ha discutido sobre si la economía va bien o mal, el paro, la precariedad, la desigualdad o el recorte de derechos y libertades.

Mariano Rajoy sale indemne de una campaña en la que los suyos han tenido claro desde el principio cuál era el objetivo y sobre quién concentrar toda su potencia de chismorreo. Los demás contendientes se han mostrado bastante más dispersos y predispuestos a enredarse en puras cuestiones de protocolo. El domingo veremos quién se sale con la suya. Si los populares y su estrategia de llamar a filas al grito de todos contra el PP o la voluntad de cambio y regeneración, a pesar de todo y por muy difícil que nos lo pongan. Politólogo