La campaña electoral de Cataluña, que acaba de comenzar, es la más anómala desde el nacimiento de la democracia en España. Es anómala porque existe un clima de opinión tan crispado que difícilmente permitirá una reflexión serena durante los quince días de campaña, y menos aún el día de reflexión (en las últimas 24 horas previas al referéndum).

Es anómalo el hecho de que algunos de los candidatos estén en régimen de libertad provisional, o presos, y otros continúen fuera del territorio español, haciendo campaña por métodos no presenciales, digitales, transmediáticos, u otros. Al ciudadano medio le resulta chocante que un político en prisión preventiva pueda presentarse como candidato a la presidencia de la Generalitat, de la misma forma que hace treinta años, Juan Carlos Ioldi, terrorista de ETA, pudiera presentarse como candidato a lehendakari y hacer un discurso electoral, sin impedimentos legales para ello. Algunos españoles recordarán todavía este caso con asombro, dado que marcó un hito histórico, cuando Herri Batasuna lo presentaba en sus listas y resultaba electo, lo cual no impidió que meses más tarde fuera juzgado y condenado a prisión, por terrorismo, tenencia de armas, estragos, etc.

Aunque no son dos casos paralelos, en ambos subyace un problema de territorialidad, independentismo, soberanía e identidad. El candidato Puigdemont sería juzgado a su vuelta a España por sedición, rebelión y malversación de fondos. En ambos casos se trata de dos políticos aforados y la justicia se aplicaría de acuerdo a la ley. En el caso vasco el preso resultaba electo como parlamentario, y sería posible algo similar para los candidatos catalanes.

La crispación y la fractura social son ya hechos innegables que van a modificar los resultados electorales, y también la participación política ante las urnas. Todos los analistas políticos o electorales saben que esta crispación no es el clima óptimo para encuestar. Ciertamente, el grado de malestar social existente no es el más adecuado para un plebiscito, cuyos resultados son absolutamente impredecibles, habida cuenta de que la victimización puede dar buenos rendimientos, pero también se puede convertir en el efecto contrario al deseado. Con mucha probabilidad será anómalo también el nivel de abstención, porque tanto independentistas y nacionalistas acudirán a depositar su voto, reduciéndose ampliamente la abstención técnica.

Tras el 21-D, y en función de los resultados, la Constitución española encontrará el momento adecuado para ser revisada, pues el desgaste crítico de los casi cuarenta años de vida, exigen una puesta a punto, y no solo en el artículo 8, que afecta a la territorialidad, sino en algunos otros aspectos.

Pero una vez más, lo más importante está sucediendo tras el decorado del espectáculo político catalán que lleva en escena demasiado tiempo y que ya ha empezado a aburrir al público, aunque no a los actores. Se ha producido una cortina de humo que oculta y oscurece los verdaderos problemas del Estado español: la corrupción sigue presente; los problemas presupuestarios siguen sin resolverse (cuando existe superávit no se puede invertir en obra social, y cuando hay déficit no se compensa); los recortes en educación y salud siguen aumentando prácticamente en todas las autonomías, y la calidad de ambas reduciéndose; la caja de pensiones sigue jibarizándose de forma alarmante, y el desempleo creciendo; el problema de la violencia machista es más visible cada vez más sin que se legisle y judicialice de una forma adecuada; y las denuncias y los delitos informáticos estén apareciendo con tanta profusión como la utilización indebida de las redes sociales, donde pederastas anonimizados actúan con libertad y los intrusos del periodismo siguen predicando desde sus blogs, porque, en su opinión, en la red «todo vale».

Para colmo, la pertinaz sequía nos amenaza con la escasez del bien más preciado: el agua. En España la sequía no es solo material, sino también intelectual y profesional. Mientras los ministros siguen recomendando «tranquilidad», la ciudadanía siente la necesidad de líderes políticos capaces de resolver, o al menos minimizar, los serios problemas a los que está sometido todo es país, mientras los españoles están entretenidos contemplando perplejos el anómalo espectáculo catalán.

*Periodista y coordinadora del grado de Periodismo en la Universidad de Zaragoza