En la primavera del 2011 el contagio de la mal llamada primavera árabe llegó a Siria donde empezaron a multiplicarse las protestas a favor de la democracia y contra el régimen dictatorial y dinástico de los Asad. Cuatro años y medio después, aquel país es un campo de batalla en el que combaten 25 grupos armados distintos. Es el escenario donde se dirime la hegemonía regional, donde Turquía, Irán, Arabia Saudí, Catar y otros países del Golfo, así como kurdos, sunís o chiís tejen y destejen alianzas; donde las grandes potencias intentan marcar su territorio geoestratégico directamente o por socios interpuestos.

En este maremágnum de intereses cruzados, la aparición del Estado Islámico (EI), con su potencial de violencia y desestabilización, se ha convertido en una amenaza no solo para los habitantes de Siria e Irak, países donde actúa. Es otra amenaza global.

Siria es también el campo minado en el que Occidente ha demostrado su incapacidad para adoptar un papel resolutivo en beneficio de sus propios intereses que deberían ser la pacificación de la zona más conflictiva del mundo. El presidente Barack Obama, que llegó a la Casa Blanca con la voluntad de poner fin a las desastrosas aventuras exteriores de la anterior Administración conservadora estadounidense en Afganistán y sobre todo en Irak, no es que no se haya implicado en Siria, sino que lo ha hecho desde una postura débil y dubitativa que poco ha servido para defender a quienes se oponen a Bashar El Asad. Y es más. Afganistán vuelve a resquebrajarse, lo mismo que Irak.

En cuanto a la Unión Europea, que no ha sabido orquestar una política eficaz sobre un gravísimo conflicto en suelo europeo como es el que opone a Rusia con Ucrania, carece de capacidad para plantear un plan sensato para contribuir a poner fin a la contienda. Ni siquiera es capaz de gestionar de modo eficiente la crisis de refugiados que la guerra de Siria genera.

La aparición de Rusia en el tablero --una estrategia estudiada y bien planificada por el Kremlin durante meses--, parece haber pillado a todos, menos a Asad, por sorpresa. Con las espaldas bien protegidas por Moscú, el tirano de Damasco puede alzar el tiro y decir que una coalición formada por su país, Rusia, Irán e Irak debe triunfar o si no Oriente Medio será destruido. En realidad, ya lo está siendo en todos estos años. A todos nos conviene evitarlo.