Siddhartha Mukherjee cuenta en su maravillosa Biografía del Cáncer (Debate, 2014) que el padre de la quimioterapia, Sidney Farber, tenía que tratar a sus pacientes, niños con leucemia, en cuartos traseros, bajo las escaleras. Los críos enfermos se escondían en los lugares “más recónditos del hospital”. Incluso le quitaron a los médicos internos porque se consideraba que el ambiente era demasiado “desesperado y experimental”. Era mejor dejarlos morir en paz. Era 1948. Pero sigue existiendo en la sociedad el estigma del cáncer. Se insiste, sobre todo en los medios, en las historias de supervivencia, en la idea de que la alegría y las sonrisas pueden con todos los tumores. Y se olvida, más bien se esconde, que la gente sigue muriendo, lamentablemente; que el cáncer supone un mazazo increíble en tu vida, que ya nada vuelve a ser igual. Ese empeño en llamar al cáncer larga enfermedad resulta insultante. Muchas veces no es precisamente larga. El cáncer no es ninguna lucha, ni una batalla. Uno no puede luchar contra un resfriado, como para hacerlo contra un tumor con metástasis. Dejémonos de buenismos. No carguemos sobre el enfermo la responsabilidad de curarse, ni disfracemos el cáncer como un camino de superación plagado de flores y de color de rosa. Y mucho menos lo ocultemos. No busquemos eufemismos. Cáncer es cáncer. Curarlo requiere de muchas cosas, pero las fundamentales son la investigación y la inversión. Quien escribe no estaría aquí si no fuese por uno de estos fármacos de última generación.

*Periodista / @mvalless