En su reciente conferencia en Borja, Fernando Martínez Laínez se refirió a la realidad como un elemento desordenado, a menudo caótico, que la novela, en general, y el género de intriga, en particular, puede aspirar, casi terapéuticamente, a reordenar y, a veces, a reiventar.

Esa sensación de desorden externo se agudiza cuando observamos lo que está sucediendo en la esfera del poder.

Nuestros representantes, nuestros dirigentes no consiguen ordenar sus objetivos externos, ni siquiera, por dentro, sus partidos, y como consecuencia de todo ello la percepción que el ciudadano tiene del poder es de fragmentación y desorientación, de poca utilidad y una rara lejanía, la que nos provocaría un horizonte desenfocado. Lo que está sucediendo en Zaragoza capital, con los desencuentros entre ZEC y PSOE, o en el Gobierno de Aragón, entre PSOE y Podemos es lo suficientemente explícito de esa realidad caótica como para no explicarlo. Si a la desordenada realidad de los todavía inexistentes presupuestos añadimos la ficción de las alianzas, el caos está organizado, asegurado.

No así en Borja, donde Martínez Laínez expuso su teoría literaria y donde su alcalde, Eduardo Arilla, ha llevado a la práctica presupuestaria la suma de partidas reales necesarias para que su municipio funcione debidamente.

En esa sensata línea, Aragón va a tener que recuperar su cordura no en las grandes urbes y foros, sino en poblaciones donde la gente se conoce por sus nombres y todavía es capaz de reunirse al calor de una mesa de negociación, o de un buen Borsao, para llegar a acuerdos que beneficien a toda la comunidad.

Borja cuenta, además, con un humanista de los que ya no quedan, Manuel Gracia, director del Centro de Estudios Borjanos, cuya labor en la recuperación de raíces culturales, patrimonio e historia, contribuye mágicamente a educar y estimular a su comunidad.

Y cuenta Borja con un concejal de Cultura, Carlos García, que ha conectado con los jóvenes y organiza exposiciones como la de Jorge Andía o impulsa la edición de libros de microrrelatos escritos por vecinos de distintas edades con inquietud literaria.

Hay orden, en fin, en medio del extendido caos, y por lo tanto esperanza. Y si la desordenada realidad no gusta, podemos refugiarnos en la ordenada ficción.