Desde hace décadas se sabe que la minería del carbón del Bajo Aragón, como la del resto de España, es una actividad que ha de acabar. No tiene futuro. O al menos no lo tiene en el medio plazo. Con el calentamiento global imponiendo la drástica reducción de emisiones contaminantes y la competencia imbatible de otros países, nuestros lignitos sólo pueden subsistir mediante subvenciones públicas y siempre que las centrales térmicas sigan funcionando.

SE IMPONE EL REALISMO

La totalidad de las fuerzas políticas aragonesas (incluidas aquellas que defienden programas con un fuerte componente ecologista) han acabado apoyando las reivindicaciones destinadas a sostener la actividad minera. Se pone por delante el mantenimiento de la vida en comarcas donde el carbón es el recurso fundamental. La propia sociedad se inclinaría asimismo, si la cuestión fuese objeto de consulta, por respaldar las subvenciones que permiten seguir quemando lignito.

Pero hay que ser realistas y afrontar de una vez las circunstancias que indican, sin el menor asomo de duda, que apostamos por un caballo que ya no llegará a meta. Es posible, aunque cada vez más difícil, ganar unos años, un estrecho margen durante el cual sea factible generar alternativas de sustitución. Pero al final será preciso cerrar las minas. La sostenibilidad económica y medioambiental, las directivas y normas europeas, la simple lógica... todo empuja en el mismo sentido. Intentar resistir de forma indefinida y sin disponer de un plan B es incluso suicida.

DEMASIADO TIEMPO PERDIDO

Sabemos que no resulta sencillo llevar a las cuencas aragonesas otras actividades productivas que muevan la mano de obra y la masa salarial creadas por la minería. Y sin embargo no hay otra salida. De hecho hace mucho tiempo que la llamada industrialización está sobre la mesa y ha recibido año tras año importantes fondos destinados a promover iniciativas empresariales que paliasen el abandono del carbón. Pero gran parte de ese esfuerzo y ese dinero se han perdido por la escasa coherencia, transparencia y seriedad de los planes puestos en marcha. Y por vez primera, la comarca Andorra-Sierra de Arcos ha perdido población, lo cual no es precisamente un buen indicio.

Es imprescindible tomarse muy en serio esa industrialización de las cuencas. Si no se logra, el futuro está perdido.