Bueno, después de la jornada de ayer, lo de Cataluña y España, España y Cataluña, ha tomado un extraño rumbo hacia el surrealismo. Como un laberinto dentro de un laberinto, dentro de un laberinto... hasta el laberinto infinito. Como un carnaval delirante. Como una avalancha que ya no sabemos hacia donde nos lleva ni quién yace bajo los pies de los que corren despavoridos.

Ayer el Parlament escenificó una cosa extravagante cuyo objetivo, desde la perspectiva soberanista, no estaba claro cuando todavía escribía este artículo. En ese momento, Anna Gabriel hablaba, desencantada, en nombre de los “independentistas sin fronteras” (sic), y nadie lograba entender si Puigdemont se había definido con un no pero sí o un sí pero no. El secesionismo chocaba de repente con sus propias contradicciones, con un referendo (el del 1-O) imposible de legalizar ni de legitimar por mucho que la represión policial le hubiese envuelto en un relato epopéyico, con la fuga de empresas, con las vacilaciones del PDECat y de Esquerra… y con la dureza del Gobierno central dispuesto a dejar partida Cataluña para siempre y a jugar fuerte al borde de la catástrofe antes que ceder un milímetro y abandonar su proyecto revisionista destinado a reinterpretar la Constitución.

Por pura ley de la gravedad esto no tiene más que una salida, que ya han anticipado C’s, el PP y también el PSOE: elecciones anticipadas en Cataluña y quizás también en toda España. Centrífugos y centrípetos (sobre todo estos últimos) han dicho tantas barbaridades y las han repetido tantas veces que ahora no hay margen para dar el famoso paso atrás. El triste president catalán quiso ayer amagar un frenazo y el resultado fue ridículo. Tanto como su unilateral discurso. Se podrá decir que desde Madrid proponen un argumentario igualmente monolítico. Pero eso no legitima los delirios independentistas (ni la reacción centralista). Para llegar hasta aquí no era necesaria tanta prosopopeya ni tanta épica de cartón piedra. Se veía venir. Y hoy, Rajoy. Tela.