Creer que la defensa del catalán equivale a la defensa del nacionalismo catalán, no solo es falso sino dañino, como bien afirma Javier Cercas en un artículo en el que se refiere a "episodios como el de la LAPAO que indignan a cualquiera con dos dedos de frente". Confundir la lengua y la nación es confundir el culo con las témporas, no saber de qué se habla y ganas de topar contra los otros sin pensar con la cabeza. ¿Tan difícil es entender que hay aragoneses, valencianos o mallorquines que no son catalanes y se entienden en catalán? ¿Y si se entienden, cómo se ha de llamar esa lengua? Desde la perspectiva de los pueblos aragoneses donde la hablamos, lo que se habla en Zaragoza es castellano. Y a la inversa, mirando a los españoles que hablan como nosotros más allá de la Franja decimos que hablan catalán.

Castellano y catalán son dos lenguas que vienen del latín, dos romances, como tantos otros en España y fuera de ella. Por tanto pertenecen a una comunidad lingüística más amplia en cuyo ámbito podemos entendernos, si queremos. Igual o mejor que con los gallegos, los asturianos del bable, los aragoneses de la fabla y con otros que no son españoles como los sardos y los italianos en general.

Evoca Javier Cercas en su artículo un episodio que narra Cervantes en el que Don Quijote, camino de Barcelona, cae en una emboscada de unos bandoleros, cuyo jefe es por ventura el valeroso Roque Guinart, con el que se entiende obviamente en catalán. Pero ya antes que esto ocurriera en la ficción, en la Concordia de Alcañiz y en el Compromiso de Caspe aragoneses, valencianos y catalanes se entendieron incluso con los castellanos. Se cuenta de San Vicente Ferrer que predicó en Graus hablando su propia lengua, y que los aragoneses le entendieron, oye, lo mismo que le habían entendido antes en Valencia los valencianos y en Cataluña los catalanes, y hasta después en Francia, y corrió la voz de que el Santo tenía el don de lenguas.

Pero con el tiempo pasó lo que pasa hasta en las mejores familias. Los romances orales, las fablas, se convirtieron en lenguas escritas y sustituyeron poco a poco a la lengua madre, al latín, afirmando cada vez más las diferencias entre sí. El castellano y el catalán son romances cultivados primero como lenguas de cancillería. Y según Josep Balari (+1904) comparten la etimología: "En el feudalismo que se desarrolló en la Marca se llamaba castellanus al que era guarda o alcaide de un castillo (...) y de ahí se formó en el bajo-latín de la Marca el nombre castlanus, del cual son variantes en catalán: castlà y catlà...". De ahí los castlanes o catlanes, no menos que del latín castellanus el castellano y los castellanos.

Los señores asentados en sus dominios, probablemente quieren y han querido siempre marcar con su lengua el territorio y extender este hasta donde llegue su lengua. En cambio, los que andan a pie y con los pies en tierra --es decir, el uno en tierra y el otro al aire-- lo que quieren es moverse con libertad y entenderse con todos. La lengua en la que habitan, la que llevan consigo, es un camino abierto a cualquier otra y en cierto modo siempre una lengua de transición. Identificar la lengua con una nación y exigir un estado para cada nación no solo es falso, es perverso. Una lengua no es un castillo, es más bien un puente y un camino. Y en cualquier caso ha de ser más lo que une salvando las diferencias que lo que nos separa excluyendo a los otros. Hacer de la lengua una frontera nacional y de la nación un estado, no es volver atrás es salirse de la historia. Es una barbaridad.

¿Qué somos los humanos si no queremos o no podemos entendernos hablando con todos? Unos bárbaros, como los animales que marcan su territorio y lo defienden sin mediar palabra.

El catalán es patrimonio de la humanidad, todas las lenguas lo son mientras sea el lenguaje propiedad humana. Y el castellano también, por supuesto. El catalán y el castellano son lenguas españolas, entre otras. España es plural, y la pluralidad de las lenguas un valor añadido que debiéramos conservar. La derrota del pensamiento o el "pensamiento único" corre a la par con la desaparición de las lenguas y la incapacidad del diálogo. La retórica desplazó al diálogo, la propaganda a la retórica, la publicidad a la propaganda, la imagen que entra por los ojos al reclamo, y el pienso que entra por la boca a la palabra. Huelgan los oídos y se atrofian, hasta que se nos caigan las orejas. Porque sordos, ya nos estamos quedando. Filósofo