E l culebrón catalán, como las fotonovelas, no termina nunca. Cada día, entrega o capítulo se producen nuevos saltos y sobresaltos en el argumento, de manera que el espectador permanece en un sin vivir, pendiente del melodrama, no sea que derive en tragedia.

De momento, el pueblo catalán, en su conjunto, está evitando que la sangre llegue al río. Es muy de agradecer su civismo en momentos de máxima tensión y enfrentamiento entre las partes, como sucede en tantos episodios como estamos viviendo, con masas humanas en las calles un día y otro clamando consignas enfrentadas. Hasta la fecha, sin embargo, la crisis de Cataluña no se ha cobrado ninguna víctima mortal, siendo esta nula estadística la mejor aliada de una pronta pacificación del conflicto.

En cuanto a las otras víctimas, las políticas, poco a poco van sumándose en la lista de dimisiones y ceses. Los catalibanes del Govern, expulsados de sus despachos y coches oficiales, regresan a la cueva de la que nunca debieron salir armados con semejantes banderas.

Tiempo tendrán los Puigdemont, Junqueras, Forcadell y demás fanáticos totalitarios para meditar acerca de las razones que les han llevado a perder el gobierno, la autonomía y todo atisbo de razón. Tiempo tendrán, no de arrepentirse, porque todo converso dogmático tiene nublado el entendimiento, pero sí de aislarse y desaparecer, dejando tranquilos a sus ciudadanos, mucho más libres sin ellos para decidir sus destinos.

Imagino que más de uno de estos catalibanes, en su conciencia, si es que la tiene, se preguntaría ayer, a la vista del millón de catalanes y españoles que paseaban pacíficamente por encima de su grotesca república, si no estarían equivocados; si, en su ceguera, no habrían sobrestimado a esa famosa mayoría silenciosa que los situaba al margen de la voluntad del pueblo. Ayer quedó de nuevo meridiananemte claro que ni estos locos individuos, ni los turbios agitadores de la CUP, representan al pueblo catalán, sino a esa parte minoritaria a la que han enseñado a odiar y han instrumentado con técnicas de agitación.

Hoy son ya, por suerte, parte del pasado; y el suyo, materia de investigación judicial. Lo que en adelante urdan, conspiren, provoquen, deberá pasar antes que a la opinión por el cedazo de la Constitución y del Código Penal. Adiós, lunáticos.