El PP madrileño ha sido y es un laberinto de bajas pasiones en el que las familias se espían, se atacan con información e intoxicaciones, se chantajean y se destruyen en una guerra librada a través de lo que suele denominarse cloacas del Estado. Se supone que gracias a esta lucha fratricida, hemos podido saber de las tramas de políticos y empresarios corruptos (que se lo digan al exconcejal, expresidente de Madrid y exministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, recién imputado). También ha servido el barullo para dejar fuera de juego a un personaje tan tortuoso como Cristina Cifuentes. Pero ello no puede justificar el lodazal en que se está convirtiendo la vida institucional de este país y el uso torticero de funcionarios que deberían garantizar la seguridad de todos, y no actuar como sicarios políticos.

Ninguna razón de Estado (ninguna decente ni democrática) justifica los manejos del anterior ministro de Interior Fernández Díaz, cuando tramaba sucias campañas para desacreditar a los dirigentes del nacionalismo catalán (¡con la posible colaboración de la Fiscalía!). Por esa misma regla de tres, y porque ya pasamos por episodios tenebrosos a cargo de una Administración socialista (los GAL, las torturas en Intxaurrondo), el uso y abuso del aparato judicial para reinterpretar las leyes y endurecerlas de facto no sólo amenaza a los secesionistas o cualesquiera radicales reales o inventados. No: la obsesión por impartir escarmientos con tremendas penas de cárcel por supuestos actos de rebelión, de terrorismo, de odio o de cualquiera de los delitos que se han puesto de moda amenaza a gran parte de la ciudadanía. Los precedentes que se crean minan la vida pública y privada de todos... salvo que estemos dispuestos a pasar más y más por el aro.

De la misma forma que la sentencia contra La Manada resulta peligrosa porque insiste en exigir a la vïctima de una violación que además se juegue la vida resistiéndose de manera inequívoca, el estrechamiento de derechos y libertades, en nombre de la propia democracia, nos arroja por la pendiente. Y caemos.