Pasar de pastor de llamas a presidente del país no debe de ser una tarea sencilla. La carrera de Evo Morales, futuro presidente de Bolivia, ha debido de tener muchas dificultades, dificultades que han perdurado hasta el último momento, cuando a muchos de sus votantes se les ha impedido acceder a las urnas, e incluso su triunfo claro y rotundo ha sido amortiguado por los medios de comunicación hasta que ha sido tan deslumbrante que no cabían disimulos.

El líder campesino, por primera vez, ha tenido miles de votos en las grandes ciudades, y eso da idea del cansancio, del aburrimiento, de la frustración que produce en las sociedades democráticas la rutinaria actuación de los partidos políticos tradicionales. Porque después de cada recuento hay que pensar en quiénes lo hicieron por amor al candidato al que le dieron el voto y quienes decidieron así por rechazo hacia los contrincantes. No se trata de deslucir el triunfo clamoroso de este ceniciento del siglo XXI, sino de leer los resultados.

El cansancio y el desencanto siempre producen deseos de encontrar mesías o guías o material humano de refresco que sean capaces de ilusionarnos. Ahora, después de haber hecho algo tan difícil, viene el más difícil todavía, que es gobernar. Y gobernar, no significa sólo lanzar consignas brillantes, sino regir los destinos de un país de casi nueve millones de habitantes, la mitad de los cuales tienen menos de 18 años. El futuro presidente Evo Morales tiene mucha tarea por delante. De momento, su moral de apoyar a los cocaleros no coincide con los presupuestos morales de los que mandan en los países consumidores. Una Bolivia enfrentada a Estados Unidos puede que no sea buena noticia para los estadounidenses pero puede ser malísima para los bolivianos. Todo revolucionario tiende al reposo, cuando se sienta en el sillón presidencial, pero también existen las tentaciones de ser infalible. El sueño que parecía imposible se ha cumplido y, a la vez, se ha terminado.

*Escritor y periodista