Ha causado sensación ese heroísmo parlamentario por el cual los diputados del PP votaron en bloque (a favor de la ley Gallardón) incluso haciéndolo en secreto. Tan clamoroso éxito dejó de lado la circunstancia de que dicho bloque estaba respaldando una contraley que hará sufrir a miles de mujeres pobres (las que tengan posibles ya se apañarán, como siempre). Pero en España la unidad interna de los partidos es una virtud política ineludible. Sea bajo las normas del centralismo democrático, sea bajo la servidumbre de la obediencia debida o de la lealtad o del principio de que quien se mueve no sale en la foto, las mujeres y hombres públicos actúan abducidos por los respectivos aparatos. No hay debate interno ni externo ni mediopensionista, y cuando se acepta la escenificación de algún procedimiento aperturista (unas primarias con participación de simpatizantes y votantes afines) pronto emergen los trucos y los acuerdos por arriba para que el asunto no se desmadre.

Rubalcaba acordó con los barones socialistas poner a Elena Valenciano a la cabeza de la candidatura a las europeas. Sin más. Así pretende tomar posiciones para que, si las cosas salen bien en mayo, él mismo pueda ganar terreno para llevarse de calle las primarias abiertas (¿abiertas?) que determinarán quién lidera al partido en las próximas generales. Y pongo lo de abiertas entre interrogantes, porque en Aragón la selección de primeros candidatos para las autonómicas y municipales no lo van a ser. Todo se cocerá (prácticamente ya está cocido) entre las familias que cortan el bacalao. Esta devaluación (en apenas unas semanas) de las futuras primarias del PSOE, les ha venido de perlas a los jefes de IU para denostar cualquier proceso destinado a construir la unidad de las izquierdas mediante la participación social. Todo se cocerá en las alturas, sin sorpresas ni entusiasmos.

Bueno, y ahí está Rajoy, que se ha merendado de un bocado la designación del nuevo dirigente del PP en Andalucía. Dijo: este, y ya no hubo discusión. Se ve que la pobre Cospedal se ha quedado con un palmo de narices. Qué difícil nos lo ponen, ¿eh?