El Día del Libro y del derecho de autor es o debiera ser la fiesta del libro y ¿también del autor y de sus derechos? Sombríos nubarrones empañan la celebración desde la perspectiva de los escritores, pero la cuestión viene de lejos. Cervantes se sintió muy dolido por la publicación, dos años antes de su muerte, del falso Quijote de Avellaneda; una obra que se escribió quizá no tanto para aprovecharse del éxito de la novela más excelsa que ha dado la literatura universal, sino como respuesta a la crítica visión y puyas vertidas por don Miguel. Pero hoy, el denominado Quijote apócrifo es, sobre todo, un símbolo del plagio, de la usurpación de ideas ajenas. Así mismo, Rinconete y Cortadillo, de ser más conocidos, bien podrían personificar el inmenso y taimado círculo que secuestra los derechos del autor, desde el simple y llano impago a la piratería: las nuevas tecnologías se muestran tan eficaces para facilitar la difusión de los contenidos literarios como para bloquear el acceso de los creadores a sus beneficios. Cervantes, el inquieto aventurero que vivió la gloria de Lepanto y el desastre de la Invencible; que conoció los sinsabores del cautiverio, la amargura de la cárcel y la humillación de un oficio despreciado, murió en la miseria. Y si fugazmente llegó a lamer las mieles de fama y triunfo, bien poco perduró su alegría. Notables caballeros galos, interesados por su "edad, profesión, calidad y cantidad", e informados de que era "viejo, soldado, hidalgo y pobre", afirmaron: "Pues, ¿a tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario público? Si necesidad le ha de obligar a escribir, plega a Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo el mundo".

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