A poca distancia de casa tengo dos cajas o entidades de ahorro. A una de ellas podría llamarla «la mía», no porque sea accionista sino porque abrí una cuenta cuando me casé, hace ya más de 60 años. Ahora, tengo dos cajas de ahorros, por lo que dicen de que es bueno repartir el dinero, no ponerlo todo en el mismo saco. Aunque el capital sea modesto.

El lector asiduo de estos artículos ya conoce mi tendencia a partir de un hecho por explorar otros. No he sido un escritor catedralicio, sino un monaguillo que tiene por oficio ir encendiendo velas. Y eso me ha llevado de las cajas de ahorros a pensar en la multiplicada presencia del dinero en nuestras vidas.

Muy a menudo hablamos de sueldos, por ejemplo. Y cuando salimos de casa pensamos si llevamos los euros o los billetes que necesitaremos. Los viejos habíamos llevado pesetas y reales, y dos reales y duros. Pero el señor dinero, que es un amigo que nos ayuda a vivir, parece que también tiene muchas capacidades. «Aquel tiene mucho dinero», se dice para evitar decir que es rico, que suena más rotundo. Hay algunas personas que desprecian el dinero, y en ocasiones expresan con un punto de orgullo su indiferencia, como si estuvieran tocadas por un admirable purismo...

Yo siempre he tenido más simpatía por Sancho Panza que por Don Quijote. Y ahora que divago sobre la riqueza me apunto a aquellas palabras que escribió Cervantes: «Sobre un buen cemento se puede levantar un buen edificio, y el mejor cemento del mundo es el dinero».

*Escritor