El triple asesinato en el Bajo Aragón la semana pasada ha destapado el amargo retrato de la realidad rural que presenta enormes desigualdades respecto a la urbana, sobre todo en materia de seguridad. Estremece la denuncia de la viuda de José Luis Iranzo, el joven agricultor de Andorra, asesinado junto a dos guardias civiles cuando buscaban a un delincuente. «Nos engañaron», dice, «porque no sabían a qué se enfrentaban». Cierto, ni los propios guardias que fueron abatidos pese a llevar chaleco antibalas, lo que pone de manifiesto el primer engaño: la dudosa calidad de los elementos de seguridad con los que trabaja el cuerpo armado mejor valorado por los españoles. Les invito a ver imágenes en las que aparecen mossos y guardias civiles, juntos en Cataluña, y observar los chalecos de unos y otros. Los primeros son como los del FBI mientras que los segundos son como de mentirijillas. Un director de la Guardia Civil, que gana más que el presidente del Gobierno, explicó que no había presupuesto para más. Más significa que como no hay chalecos para todos hay que rularlos de turno en turno si son varones, porque los de las mujeres ni siquiera alcanzan: solo hay 150 para 5.000. Y ocurre que si se los pagan de su propio bolsillo (se les puede ir el sueldo entero) pueden ser condenadas por insubordinación, como le ocurrió a una guardia salmantina. Pues con eso y con todo, los que dicen estar hartos de ser los parias de la Seguridad del Estado, han logrado detener, tres vidas después, al asesino al que Italia estaba buscando por medio mundo.

*Periodista