A nadie se le escapa hoy la función que desempeñan las redes sociales en los procesos de transformación de la sociedad. Fenómenos como las primaveras árabes o el de los indignados del 15-M resultan imposibles de entender sin las posibilidades informativas y movilizadoras de las autopistas de internet. Pero no solo los episodios con vocación de hacer historia se benefician de las últimas tecnologías, sino que estas ofrecen a los movimientos ciudadanos la posibilidad de intervenir en política sobre problemas cercanos y cotidianos. En este ámbito del ciberactivismo destaca Change.org, una plataforma de recogida digital de firmas nacida en EEUU en el 2007 y que se ha convertido en un gigante de la movilización online. El portal canaliza masivas reivindicaciones sociales en centenares de países, entre ellos España, donde logró reunir más de un millón de apoyos para pedir la dimisión de la cúpula del PP.

Pero Change.org revela ahora deficiencias que comprometen su futuro si no las subsana con celeridad. A parte de su estructura opaca de negocio (su sede está en Delawere, paraíso fiscal por excelencia), su funcionamiento genera abundantes críticas por la falta de exigencia a la hora de aceptar a los usuarios (petición mínima de datos personales) y la carencia de filtros para evitar que una petición pueda recibir numerosos apoyos de la misma persona. La falta de controles en sus puertas de acceso desemboca en otro fenómeno más grave: las denuncias de empresas y ciudadanos difamados en Change.org simplemente por la acusación no contrastada de otro particular o compañía.

AUMENTAR LA TRANSPARENCIA

No se puede negar que a través de este tipo de plataformas online se han denunciado y frenado injusticias flagrantes o solucionado de forma solidaria dramas personales tras la visualización pública que los casos han obtenido. Pero por ello deben dar ejemplo de mayor transparencia. Los responsables de Change.org han de sellar los agujeros que dejan indefenso al usuario, ganarán credibilidad y evitarán las sospechas de que les importa más el negocio (vender las direcciones electrónicas que tan fácilmente acumulan) antes que ser un motor de nuevas formas de entender la gestión pública donde el ciudadano deja de ser sujeto pasivo para convertirse en el principal protagonista. Change org. tiene ahora la palabra.