«Necesitamos constatar que existe una crisis de confianza, que es real, que es importante, que refleja cosas de fondo, que no es un capricho frívolo, un berrinche adolescente, una conspiración mediática ni un desmadre de masas ignorantes o populistas, como algunos sectores empresariales y conservadores repiten en forma descalificatoria una y otra vez». Quien así reflexiona es Ricardo Lagos, tal vez el presidente de Chile mejor valorado desde la recuperación de la democracia en 1990. En su libro En vez del pesimismo. Una mirada estratégica de Chile al 2040, Lagos razona sobre la crisis de confianza de los ciudadanos en sus instituciones, la necesidad de realizar cambios y de «repensar lo hecho». Lo escribió en el 2016, pero no le han hecho caso.

La coalición de centroizquierda Nueva Mayoría, heredera de la Concertación de Partidos por la Democracia, perdió las presidenciales en segunda vuelta el 17 de diciembre ante el millonario empresario Sebastián Piñera, elegido por segunda vez tras el paréntesis del también segundo mandato de Michelle Bachelet (2014-2018). Las advertencias de la llegada a Chile de un nuevo capítulo de la revolución neoconservadora que cruza América Latina de norte a sur no sirvieron para que se produjera un cambio de rumbo que evitara el éxito de una parte de los sectores más reaccionarios y nostálgicos. Pocos hubieran podido imaginar un escenario en Chile como el actual.

Se han cumplido cuatro años de una imagen que recorrió el mundo. El 11 de marzo del 2014, en la sede del poder legislativo en Valparaíso, dos mujeres protagonizaron una ceremonia con evidente carga simbólica y emocional. Michelle Bachelet, hija del general que pagó con su vida la fidelidad al presidente Allende ante el golpe del 11 de septiembre de 1973, recibía la banda presidencial precisamente de manos de Isabel Allende Bussi. Dos mujeres, hijas de dos víctimas muy relevantes de la conspiración cívico militar, ocupando las dos responsabilidades institucionales más altas de Chile. Un enorme contraste, en todos los sentidos, con la imagen de la toma de posesión del magnate Piñera.

Hay muchas causas de la notable pérdida de apoyo popular a los partidos políticos democráticos que han pilotado las principales transformaciones desde el final de la dictadura. Pero todas esas razones confluyen en una causa principal que puede resumirse en el evidente alejamiento de los cuadros dirigentes respecto de una ciudadanía que muestra, una vez más, su rechazo a actitudes elitistas muy distanciadas de las justas demandas sociales de una mayoría que se siente, hoy por hoy, profundamente decepcionada.

El desafío es enorme tras la derrota. Pareciera que está todo por hacer. La realidad muestra el agotamiento, la descomposición de la fórmula unitaria de la Concertación y la posterior Nueva Mayoría, después de 14 años de gobierno. Siempre que ocurren este tipo de situaciones se imponen la reflexión, la autocrítica y la imprescindible reparación de los errores con hechos. Chile se dispone a vivir un final de ciclo político, con la complejidad de la creciente incertidumbre del futuro.

*Profesor de Relaciones InternacionalesSFlb