Todavía recuerdo la sorpresa que me produjo conocer, en mis años de infancia, el castigo que sufrió Galileo por defender sus teorías heliocéntricas. Se me grabó la frase Eppur si muove que entre dientes cuchicheó el científico, cuenta la leyenda, a la salida del juicio de la Inquisición que le costó el encierro de por vida. Nunca pensé que casi 400 años después tuviéramos que estar viviendo algo parecido de primera mano y retransmitido por Twitter en directo. En los últimos meses, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha decidido reavivar la persecución contra la ciencia volviendo a poner en el centro del debate la importancia que tiene, para el ejercicio del poder, el control sobre cómo nos explicamos el mundo. Aquellos que todavía niegan el darwinismo en las aulas hoy amenazan a toda la Humanidad al poner en cuestión el cambio climático y obviar que la contaminación en su país asfixia al planeta entero.

Pero el problema en torno al ataque frontal a la ciencia todavía es más profundo que el hecho de llenar el despacho oval de creacionistas. La creciente ola de políticas anticientíficas y la erosión de la imagen social de la ciencia, unida a la censura impuesta sobre los científicos americanos para no hablar de sus avances en medios sin pasar antes por el control de la administración Trump, pone sobre la palestra, de manera palpable, la politización del saber que en otros países como España llevamos viviendo años. El saber es, quizás, una de las herramientas más valoradas y uno de los espacios más atacados cuando el poder está en disputa y cuando las explicaciones sobre lo real atacan directamente al régimen establecido. Si antaño Copérnico puso en crisis la Biblia como instrumento para imponer el poder de la Iglesia, hoy la ciencia cuestiona la Biblia de nuestro tiempo: el libre mercado. Los valores del trabajo colaborativo y de la utilidad no mercantilizable propias de la ciencia básica atentan contra el modelo del mundo que interpreta todo en términos de valor de mercado, dejando de lado todo aquello que como sociedad nos hace avanzar pero no da rédito económico directo a aquellos que ostentan el poder.

Asfixiar la financiación, ahogar la investigación pública, forzar al exilio a nuestros jóvenes más formados, precarizar el trabajo investigador, intentar retirar de las aulas el pensamiento crítico son las fórmulas que ha usado el Partido Popular para mantener el control sobre nuestro pueblo en momentos convulsos. Que nada cambie, que nada sea cuestionado. El dogma como verdad y la ignorancia como lema. Frente a la ciencia, el mito, la superstición y el miedo como respuesta. Y, si no, que les pregunten a todos nuestros investigadores que han ganado reconocimientos internacionales fuera de nuestro país y aquí han sido tratados como paganos y condenados a elegir entre la precariedad y el ostracismo.

Hoy, ciudades de todo el mundo se suman a una Marcha por la Ciencia buscando poner sobre la mesa lo que en España hace años que sabemos: que la ciencia como instrumento para el bien común está en peligro. Un país democrático no puede permitirse perder los valores de la curiosidad, la libertad de expresión, el trabajo riguroso, el pensamiento crítico, la duda… Estos son los que han brindado algunos de los momentos más valiosos a nuestra historia y estos son los que garantizan la posibilidad de construir un mundo más justo, seguro e igualitario. Ningún pueblo se puede permitir el privilegio de silenciar a sus mentes más brillantes sin pagar por ello el peaje del retroceso, la debilitación de la cohesión social y el ahondamiento en la dualización creciente de su sociedad.

En Aragón, tierra de mentes brillantes, como el hijo adoptivo Ramón y Cajal o Miguel Servet, sabemos de primera mano que la ciencia exige pactos de estado, miras a largo plazo y respeto a los ecosistemas de la comunidad científica. Porque la ciencia, como decía Marie Curie, no sabrá de naciones pero la historia nos dice que las naciones sí saben del valor de la ciencia para el mantenimiento de su democracia.

*Portavoz parlamentaria y de la Comisión de Innovación de Podemos en las Cortes de Aragón.SFlb