En vísperas de la celebración del referéndum del 23 de junio de 2016 sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea (UE), Miguel Otero Iglesias realizó un acertado análisis de las diversas posiciones existentes en la City londinense ante el brexit. Ahora, tras el triunfo de este y su inminente activación por parte del Gobierno de Theresa May, dicho análisis retoma toda su actualidad.

Para situarnos hay que recordar que la City, esa máquina financiera de hacer dinero, alberga a 250 bancos internacionales, a 125 compañías de la UE, cuenta con 280.000 empleados, y en ella se genera el 10% del PIB y el 12% de los ingresos fiscales del Reino Unido. Además, la City es el principal centro financiero del euro dado que gestiona el 40% de las operaciones internacionales en esta moneda lo cual le permite captar e invertir fondos libremente en toda la UE.

La City ha mantenido su liderazgo financiero desde que, tras la batalla de Waterloo (1815), muchos bancos del continente se trasladaron a Londres, reemplazando así a Amsterdam como capital financiera mundial. Como la historia tiene sus ciclos, después de las dos guerras mundiales el Imperio Británico se fue descomponiendo y Londres dejó gradualmente de ser la capital financiera del mundo, puesto que pasó a ocupar Nueva York, convertida así en la sede del capitalismo global. No obstante, Londres siguió siendo un importante centro financiero internacional debido al llamado Big Bang impulsado por Margaret Thatcher en 1986 y que supuso la desregulación de muchas de las actividades de la City a la vez que permitía que las instituciones financieras fueran de propiedad totalmente extranjera, lo que supuso el desembarco en Londres de grandes bancos de inversión americanos y europeos. En la actualidad la City compite y, en muchos casos supera, a Nueva York como capital de las finanzas globales. Sin embargo, tras la crisis financiera de 2008, como señalaba David Kynaston, la City se ha convertido en «un monstruo indomable» y, hasta que no se regule su voraz especulación neoliberal, seguirá produciendo nuevas crisis debido a su falta de ética, al aumento alarmante de las actividades ilegales que allí se llevan a cabo y a su escandalosa manipulación de los tipos de cambio.

Lo cierto es que la City no es homogénea pues en ella coexisten dos posiciones bien distintas ante el reto del brexit. Por un lado se halla su alma conservadora, los llamados nativistas, la de aquellos que rechazan a la UE y a Bruselas en quien ven «la capital de un creciente monstruo jerárquico y burocratizado» que quiere colonizar a Londres, a la que fue la capital del extenso y poderosos Imperio Británico y que, por ello, quieren liberarse del «yugo regulador» impuesto a la City por la UE tras la crisis financiera global de 2008. Estos nativistas son los pequeños corredores de bolsa y de fondos de capital riesgo (hedge funds). Boris Johnson, el anterior alcalde de Londres y actual ministro de Asuntos Exteriores británico, enarboló su bandera durante la campaña del referéndum al señalar que el brexit suponía la defensa del «pequeño capital británico frente al gran capital global dominado por los americanos y asociado con Bruselas». De este modo, los nativistas tienen una visión nostálgica del Imperio Británico y piensan que la salida de la UE les ayudará a liberalizar la economía, algo en lo que ahora han encontrado el entusiasta apoyo de las soflamas demagógicas del presidente norteamericano Donald Trump. Estas añoranzas imperiales las reflejaban perfectamente las palabras de Crispin Odey, fundador del hedge fund Odey Asset Manangement, al afirmar que «Europa nos está convirtiendo en una colonia y nosotros estamos acostumbrados a ser un imperio. No queremos seguir reglas que no hemos decidido».

Frente a ellos, existe también en la City un alma liberal, que tiene una visión de las finanzas más multinacional y cosmopolita, que es consciente de que, hoy por hoy, el poder político reside en Bruselas, en la capital de la UE, y que el poder económico se halla en Franckfurt, en la sede del Banco Central Europeo. Por ello, consideran un grave error que el Reino Unido se aísle al otro lado del Canal de la Mancha rompiendo con la UE bajo el espejismo de recuperar una soberanía económica británica en un mundo cada vez más globalizado y, por ello, piensan que el mercado único de servicios y la actividad financiera son cuestiones demasiado importantes como para desentenderse de ellas abandonando la UE.

Tampoco debemos obviar las consecuencias económicas que tendrá el brexit en la City londinense. En primer lugar, la preocupación que este proceso genera en los grandes bancos y banqueros de inversión que allí operan, tanto americanos (JP Morgan, Bank of America o Goldman Sach) como europeos (Deutsche Bank o Santander). Otra consecuencia sería el posible traslado de parte de la industria financiera de la City a Dublín: la elección de la capital irlandesa no es un detalle menor dado que, al hallarse en la misma franja horaria que Londres, permite a los inversores presenciar el cierre de las bolsas asiáticas, ver la evolución de toda la jornada en Europa y conocer el inicio de la sesión en Wall Street. Además, el brexit puede suponer una fragmentación del potente sector financiero que hoy se concentra en la capital británica y, por ello, además de Dublín, algunos bancos y empresas podrían decidir trasladar sus operaciones a otras bolsas europeas como París, Franckfurt, e incluso Madrid, o bien a otros lugares como Nueva York, Hong Kong o Singapur.

Así las cosas, los grandes poderes económicos de la City son conscientes del riesgo cierto que significa abandonar la UE y, por ello, Londres debería asumir que, por encima de sus soflamas nacionalistas, va a iniciar un camino incierto y de consecuencias imprevisibles para su futuro. Veremos. <b>*</b>Fundación Bernardo Aladrén