A pesar de que los principios constitucionales de libertad y de pluralidad son inherentes a la democracia como traté de explicar el pasado domingo y de que tales principios dan lugar con plena legitimidad, a actitudes y partidos políticos diferentes, nada de ello significa que en democracia, todo tenga que ser discrepancia. No es así, sencillamente, porque ningún régimen democrático sería viable, sin la previa concurrencia de voluntades que asuman sinceramente, las conocidas reglas de juego que definen aquel régimen; sin esa aceptación universal, la democracia sería una mera falacia.

La democracia solo puede existir verazmente, ajustándose a una suma de normas que todos cumplamos. Esas normas podríamos clasificarlas en constitucionales, de legislación ordinaria y éticas o morales; casi todas ellas, pueden motivar más de una interpretación pero deben observarse con mayor o menor alcance, para que el régimen democrático sea viable, partiendo de procurar que todos, personas y partidos que aspiren al poder, sean consecuentes. Tanto para gobernar como para legislar, siempre en la medida de los votos recibidos del cuerpo electoral, hay que estar predispuesto para aceptar las inevitables resultas del sufragio, incluidas las coaliciones.

Pero tengamos bien presentes las enormes dificultades que conlleva la práctica de los cuatro grandes principios que deben ser respetados y ejercidos, conforme al art.1 de la Constitución. Veamos:

--la libertad del individuo y de los grupos en que quiera reunirse tiene que ser promovida por los poderes públicos para que la libertad y la igualdad sean reales y efectivas, facilitando la participación "de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social" algo que representa una larga desiderata de deseos y justas pretensiones: libertad ideológica, religiosa y de culto, libertad sindical, de información, de expresión, de empresa, de circulación y establecimiento, de enseñanza más un etc. casi inagotable.

--la igualdad ante la ley, de derechos y obligaciones, del individuo, del hombre y de la mujer en el matrimonio, de los hijos, del acceso a funciones y cargos públicos del sistema tributario, aplicable y que permite la progresividad tributaria, a menos que fuera confiscatoria.

--la justicia como emanación del pueblo y que se administra en nombre del Rey, por jueces y magistrados integrantes del poder judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley.

--el pluralismo político expresado por los partidos políticos que concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular como instrumento fundamental para la participación política.

Creo que basta esa exposición sucinta de los efectos democráticos de los que llama la Constitución, "valores superiores" de nuestro ordenamiento jurídico, para comprender las dificultades que la convivencia ciudadana requiere superar día a día y la importancia de confiar a los mejor preparados y moral o éticamente fiables, para un tramo vital de nuestro común destino. Y ello exige de la ciudadanía, las reflexiones precisas y la responsabilidad adecuada. Meditemos bien lo que queramos elegir. Después de votar, todos seremos responsables de lo que hubiéramos votado, sabedores de que la democracia también puede arrojar resultados humanamente falibles.

Sería útil no solo preceptivo, que aprendiéramos todos a discrepar sin insultar, ni de palabra ni de obra ni por medios cibernéticos, por ejemplos. Guardo desde hace tiempo, la reseña periodística de un libro sobre ciudadanía que un crítico periodístico llamaba "Manual de sectarismo" añadiendo que la obra no contenía exabruptos sino que todo él lo era y que el texto resultaba incomprensible para un pobre escolar pero que si hincaba bien los codos, leyendo aquel libro podía llegar a ser un buen chequista...

La discrepancia no debería prescindir nunca, de los buenos modales. Una de las asignaturas pendientes por lo menos, en la democracia española que vamos haciendo es esa: el empleo de la cortesía y el ejercicio del partidismo sin faltar a la verdad. ¡Ánimo que hay camino!