El Ebro amenaza con una nueva crecida de las suyas y convertirse en un Nilo cristiano, aunque sus judiadas sean poco piadosas. El Gobierno de Aragón y la Confederación Hidrográfica, Castellón y Movera, el Actur y Pina de Ebro se preparan para resistir otra avalancha de agua y barro procedente de las nieves, los afluentes, las lluvias y los desembalses de tantos hectómetros cúbicos como en otras cuencas pagarían a precio de oro. Estéticamente, las crecidas del Ebro sientan mal a los trasvases y por eso bien y al pelo nos ha venido la declaración de Pedro Sánchez en Ayerbe, asegurando que el PSOE no apoyará Pactos del Agua que incluyan trasvases como el recién aprobado Tajo--Segura, o el siempre reivindicado por las cuencas del sudeste del río Ebro. A buen seguro, a la vista de las imágenes de la crecida reclamarán de nuevo Levante y Almería, y quién sabe si la Cataluña indepe.

Ciudadanos ahogados, los aragoneses, y ciudadanos en plena crecida, los de Albert Rivera.

Político con flor, como el Real Madrid desde que lo entrenaba Miguel Muñoz, Rivera se apunta al penalty contra Cifuentes a fin de ahogar a Mariano Rajoy en el área pequeña de la Comunidad de Madrid, rn los rápidos y corrientes de su partido.

Hasta hace poco Rajoy y Rajoy, RR, hacían tándem, puente sobre las aguas turbulentas de la política española, del Parlamento, pero el erre que erre de don Mariano, a su bola, en su inopia, instalado en la inercia de pensar que si Rivera era como un hijo, más le saldría tontico que respondón, le está dejando solo ante una crecida de votos que a saber a qué orilla van, si a la suya, al galacho socialista o al canal que Ciudadanos ha abierto en la corriente macho.

Rajoy asiste a la crecida política del aliado o rival con la indiferencia de aquel personaje de la Comedia Humana de Balzac, De Maistre, quien afirmaba: «El estadista solo existe por una cualidad, saber dominarse en todo momento, hacer sobre la marcha el balance de todo acontecimiento por nimio que parezca, llevando en sí un ser frío y desinteresado que asiste como espectador a nuestras acciones, a nuestros sentimientos y pasiones, y que por cualquier motivo nos está evaluando moralmente».

Las frías aguas de las crecidas primaverales tienen la capacidad de arrasarlo todo a su paso. De ahí que permanecer en el centro del cauce, como Cifuentes o Rajoy, pueda resultar peligroso.