Vivimos tiempos de cambio, en los que entre la incertidumbre vamos acumulando algunas certezas. La más positiva pasa por la revolución de las mujeres. La llamada cuarta ola feminista hace tiempo que está en marcha y esperemos que con la misma capacidad de modificar las cosas que las tres anteriores. Sin embargo, no podemos decir lo mismo de la socialdemocracia europea, que hoy boquea como una trucha fuera del agua después de haber sido la esencia del desarrollo del Estado del bienestar desde la segunda guerra mundial hasta hace bien poco. Asistimos a la agonía de un pensamiento que se ve impotente ante la desigualdad, la marginación y la exclusión de partes de la sociedad a las que gobiernos y políticas tecnócratas procuran invisibilizar.

Entre las malas noticias confirmadas en esta convulsa época sobresale también la eclosión de los populismos, fenómeno propio de allí donde los partidos políticos de siempre dejan de ser considerados como una herramienta útil por millones de ciudadanos necesitados de salidas y respuestas.

Es posible que todo se deba a un sarampión generalizado, consecuencia de la crisis, un proceso de corte iniciático, inevitable y pasajero, pero visto con las gafas del pesimismo, tampoco se descarta que estemos asistiendo a una nueva «ruptura de la civilización». No sería la primera vez. Se trata de una expresión, por ejemplo, utilizada por el realizador francés Claude Lanzmann en el documental Shoah a cuenta del Holocausto. Aparentemente, la comparación se antoja escalofriante y desproporcionada, o no, a tenor de las palabras de Robert Jan van Pelt, comisario de la exposición Auschwitz, que se puede visitar hasta junio en Madrid: «Auschwitz no es cosa del pasado porque la xenofobia, el odio, la crisis económica, la desconfianza entre naciones o el nacionalismo todavía existen».

La realidad obliga a tener las orejas tiesas: es conocido el hilo que mantiene cosidos el brexit, la llegada a la Casa Blanca de un macarra que cree vivir en OK Corral y la ruidosa irrupción de, por ejemplo, el Frente Nacional (Francia), Alternativa para Alemania o la Liga Norte (Italia). En todos los casos hay un sustrato de racismo y de negación del que viene de fuera (especialmente si llega con necesidades) y recogimiento sobre lo propio. Justo cuando más tocaba avanzar, la humanidad está dando lo peor de sí misma. La civilización muda su piel y lo que se ve ahí debajo no tiene buena pinta. H *Periodista