La inminente ley de Centros de Ocio de Alta Capacidad, llamada más propiamente Ley Gran Scala, es objeto de una tramitación vertiginosa, supersónica, demencial. Impulsan este inaudito acto legislativo enormes ansiedades, prisas desmesuradas, plazos insoslayables. A finales del verano se cumplirán los primeros ocho meses desde la firma de las opciones de compra con las que ILD ató una parte de los terrenos que aspira a controlar en Ontiñena, y entonces será preciso prorrogar esos acuerdos (por ocho meses más y abonando otra señal) o ejecutarlos. Así que a los promotores de la presunta neociudad les resulta imprescindible disponer ya de su ley. Con una normativa a la medida será mucho más fácil salir a captar inversores y hacer caja vendiendo una marca que el Pignatelli habrá respaldado de nuevo, esta vez a través del Boletín Oficial de Aragón. Van a tener el negocio (plis-plás) a huevo.

Es todo tan obvio que casi da risa. Dicen los entendidos en el tema que Biel se ha llevado al huerto al PP (cuya participación en la jugada era condición imprescindible para rematarla políticamente). Con los conservadores en el ajo (¿acaso no es Ontiñena un municipio popular?) no importa que al final se pinche el globo. Sólo Chunta e IU podrían pedir explicaciones. Que pataleen, el sistema habrá quedado a salvo. Así se avanza, con el acelerador a fondo y el turbo a tope, hacia la aprobación (la semana próxima) de una ley cuyo proceso de elaboración tiene el aire de una monumental broma, una especie de gamberrada institucional perpetrada con inusitada urgencia.

Dicen los más prudentes que, si un artefacto tan gigantesco y peculiar como Gran Scala llega a convertirse en realidad, quedaríamos sujetos a ese nuevo megapoder y sus oscuros amos influirían decisivamente en la vida política y social de Aragón. Pero no hace falta llegar tan lejos, porque ya en estos momentos tenemos a los de ILD dictando tiempos y modos a las Cortes aragonesas. Y eso lo ha logrado enseñando tres jets prestados, paseando por París y Orlando al consejero Aliaga y aterrizando en Ontiñena con la fabulosa suma de doscientos y pico mil euros. No me digan que no es genial.