Aquella madre con tantos hijos no dejaba nunca al marido que la maltrataba. Su vecina a menudo intentaba convencerla. Te pueden ayudar, le decía, pero la mujer seguía aguantando los golpes. Si hubiera entendido qué detonantes desataban las tormentas de gritos y manos descargándose sobre ella a lo mejor habría podido evitarlos. Pero no, eran arbitrarios, no supo nunca de dónde le venía esa violencia repentina. Claro que era consciente de su situación, claro que se daba cuenta de que los hijos sufrían al verla así humillada. ¿Pero qué podía hacer? Eran otros tiempos, los tiempos en los que la policía te preguntaba qué habías hecho para merecer la paliza. Ser mujer, habría contestado ella. A las mujeres siempre nos han retenido por los hijos. La justicia, en teoría, ya no es patriarcal como en los tiempos de nuestras madres, ya no se juzga la conducta de las víctimas con los viejos esquemas de la moralidad machista pero aun así no las tienen todas, las madres, cuando se trata de denunciar. Yo no tengo elementos para saber si Juana Rivas fue o no maltratada pero en la sentencia que la condena a prisión y a la retirada de la patria potestad resuenan los viejos fantasmas de la madres retenidas por el chantaje de los hijos. Las leyes no son patriarcales pero los jueces... ¿quién sabe? La ley no puede ser sentimental ni moverse en función del clamor en las plazas pero desligada de toda consideración externa a la causa puede resultar injustamente parcial. Más aún si tenemos en cuenta que hasta hace muy poco a los maltratadores condenados no se les retiraba la patria potestad. H *Escritora