Los sindicatos tienen prisa. Han estado tanto tiempo dormidos que ahora se ven obligados a esprintar. Deberían pararse un poco, entrenarse, reflexionar y hacer una autocrítica más que severa. Son imprescindibles y tenemos que defenderlos porque acaso es lo único que nos queda ante la embestida de lo que hasta hace muy pocos días llamábamos "mercados". En sus movilizaciones ostentan muchas banderolas y banderitas mas la gran mayoría de quienes a ellas acuden desdeñan portar pegatinas. Por algo será. El modelo que han mantenido hasta no ha tanto iba en el sentido de echar una mano al partido gobernante y la moderación absoluta (yo no creo que fuera para defender gabelas y puestos de trabajo propios, como tantas y tantas gentes sostienen). Hoy deberían asumir el inmenso error cometido, y en primer término la escasa determinación de no poner como punta de lanza frente al marasmo que nos atormenta los cinco millones y pico de parados. Claro que hay que poner coto a los recortes, esa poda que la derecha está dispuesta a llevar hasta las últimas consecuencias para salvar a la Banca, por supuesto. Si tenemos que asumir y participar en una hipotética huelga general, lo haremos, aunque no a cualquier precio. Y el precio debería contemplar el reconocimiento de los errores cometidos. Son miles y miles de ciudadanos los que salen a la calle no porque convoquen los sindicatos, sino porque están hartos de perder calidad de vida. Ver hoy en manifestaciones a quienes hasta hace tres meses no salían de los despachos oficiales, limitándose a decir amén al caos zapateril es vomitivo. Sirva de ejemplo esa fotografía donde Lóriz y Lambán parecen los salvadores del proletariado. Menos prisas y más coherencia.