Raúl Agné sabe lo que hay. No solo porque conozca la tierra y la idiosincrasia del lugar sino porque realmente lo sabe. Conoce de primera mano lo que ha sucedido a su alrededor. Sabe que sobrevivió a la embestida de aquella feísima derrota en Murcia porque la Sociedad Anónima Deportiva y Juliá firmaron esa misma semana un pacto entre caballeros por el cual el club se comprometía a no destituir al entrenador mientras no se resolviera, al final del mercado, la salida del dimitido director deportivo. Ahora que su principal garante ya no está en el club, Agné continúa siendo plenamente consciente de su situación. Acepta que la espada de Damocles puede caer en cualquier momento sobre su cabeza si los resultados no llegan de manera inmediata. Lo sabe y lo asume con la naturalidad de quien ha tenido en la experiencia un maestro feroz.

Con ese escenario como telón de fondo se presenta el técnico del Zaragoza al partido de esta tarde contra el Alcorcón, en una carrera infinita contra el reloj y contra la historia de destituciones en serie de tiempos recientes. Dice llegar a este punto de ebullición encantado, perfecto, sintiéndose bien, con ganas de luchar. Lo expresó gráficamente con una expresión muy suya. «Cojonudo. Estoy cojonudo». Se agarra a la segunda parte de Huesca y al buen juego, pese a la derrota, ante el Levante. Así quiere cambiar su propia suerte.

Sería cojonudo que lo lograra.