Los escolares formábamos grupos para limpiar la escuela. Íbamos el sábado, y dejábamos todo impoluto. Teníamos una estufa de leña en medio, que alimentábamos nosotros. Una vez se coló un perro y se llevó el desayuno de alguno. Fuimos 21. Formé parte de la etapa de mayor esplendor del colegio; hasta ahora. Hace unos años estuvo a punto de cerrar. El ayuntamiento emprendió una campaña para captar a familias con hijos en edad escolar. No todas las experiencias fraguaron. Pero el colegio siguió abierto. El pasado curso, 28 niños aprendieron en sus dos aulas. El próximo se esperan 29. Una profesora de Infantil ganó la plaza y lidera un proyecto educativo. No todo el mundo comparte su método. Encajar todas las piezas es complejo. Padres y madres de los pueblos de alrededor traen aquí a sus hijos. El Matarraña no es distinto a otras comarcas. En 1910 tenía 24.041 habitantes censados y en el 2016, 8.277. En los últimos años se han instalado en la zona nuevos pobladores que eligen vivir en estos municipios y en antiguas masías. Con ellos se mantienen y crecen algunas escuelas como la de mi pueblo, Lledó. El turismo añade una garantía de futuro a esta comarca en la que el saldo poblacional sigue siendo negativo (-51). El Matarraña tiene empuje para luchar contra la despoblación. Sin embargo, son precisas medidas de discriminación positiva, una renta básica agrícola y mejores servicios. Y más inversión. Y una legislación ad hoc. Porque es inaudito que antes que su gente, al medio rural lo abandonara la Administración.

*Periodista